domingo, 9 de diciembre de 2012

Mis amigos (cont.)

(Leer antes el anterior.)

No obstante
Quisiera recordar por un momento o dos
O tres
A todos los que perdí por el camino
Los que poco a poco fueron abandonando
Los asientos de mi cada vez más reducido coche

No os culpo por ello
Y os pido
Que no me culpéis tampoco vosotros

El tiempo es el mejor autor
Siempre encuentra un buen final
Decía Chaplin

No sé si será el mejor o el peor lo cierto
Es que es el autor de nuestras vidas
Y si en los momentos de nostalgia queremos señalar con el dedo
No hay otro culpable que él
El tiempo

Por lo demás no os preocupéis
Formaréis siempre una parte de mi vida
Pequeña o grande pero al fin y al cabo parte
En mi memoria acaso
Recordaré vuestros instantes

No mentiré
No negaré que aún a veces os echo en falta
A ti o a ti y sobre todo
A ti mi viejo amigo
Aún hay días que añoro nuestras bromas
Nuestras miradas cómplices nuestras sonrisas
Esa mutua comprensión enfrentada
De esperanza y rebeldía
De sueños y sueños

sábado, 8 de diciembre de 2012

Mis amigos

A Alejandra A Laura A Adrián A Ana

Detengo el coche de vez en cuando
Miro a mi lado y hacia atrás y sonrío
A los amigos que llevo a mi lado

Recuerdo aún el tiempo en que conducía un autobús
Lleno de muchos otros niños
El tiempo fue poco a poco quitándome asientos o niños
Pronto tuve que cambiar el autobús por caravana
La caravana por furgoneta y después por monovolumen
Finalmente me quedó un deportivo

En el deportivo quedan sólo cuatro o cinco asientos
De los niños que hubo un día no queda
Prácticamente ninguno
Y poco de niño vive aún en los que todavía me acompañan
Sus cuerpos han crecido sus rasgos han cambiado
Aunque nunca dejaran de ser los mismos

Y es que el deportivo obviamente
Corre más que el autobús
Los minutos los días los años que veíamos
Pasar paso a paso todos juntos cantando de la manita
Por la ventanilla
Ahora corren a nuestro alrededor sin que apenas
Podamos verlos o saborearlos o cantarlos
Antes de que se hayan perdido se hayan
Precipitado a esa carretera de cemento duro
Que no sabemos a dónde nos lleva

Cada vez somos menos y cada vez vuela
Más rápido el tiempo
En esa vertiginosa carretera que es nuestra vida
Y el vértigo nos da frío

Es por ese frío vértigo frío
Que pese a que cada vez
Somos menos
Nos damos más calor
Que nunca
Los abrazos se hacen más frecuentes

Juntos despegamos y volamos

domingo, 2 de diciembre de 2012

A una chica cualquiera de cualquier bar

Fuiste
Una flor en el silencio
Una nube lenta que pasaba
Y no quería quedarse a soñar

Rompiste
Mis secretos en tus brazos
En tantas noches de desvelo
Y tantos "te quiero" en las madrugadas

Me cogiste de la mano
Me soltaste al vacío
En medio de nada de nadie donde nadie escuchara
Donde nadie ni siquiera yo
Te viera acercarte y besar mi cuello por la espalda

Cerré los ojos me dejé llevar
Era cómodo el alcohol burdo de la noche

Después te marchaste
Presa de una mirada huida
De un silencio inmenso
Te marchaste en la noche de silencio
Entre la música de silencio del bar
Quebraste la nube de mi sueño
Sin decir adiós

Y de tu chaqueta vaquera quedó
Sólo su perfume
De tu sonrisa
Algún cabello suicida
De tu mirada
La mía buscándola
De tus besos quedó
Mi aliento vacío
Y de tu instante sólo
Mi soledad acompañada

lunes, 26 de noviembre de 2012

A la chica que me acompaña en silencio

En este silencio de las mañanas
Cuando aún es de noche aunque
Esté brillante el cielo
Cuánto importan dos palabras menos
Una acaso o muchas
Que nunca acaben
Nunca mereció la pena contar

En este silencio de las mañanas
Cuando se baja la chica que me acompaña siempre
Escuchando yo qué sé qué música extraña con su cascos
No mis palabras
Cuando se baja sólo se escucha el rugido del autobús
Los clics del bolígrafo azul
Que no sabe qué escribir para
Romper ese silencio de vergüenza para
Retenerla un suspiro un cruce de miradas más
Que no sabe qué escribir

Ya se bajó hace tiempo pero la tinta
La poesía acaso aún fluye por mis venas
Las palabras siguen llenando el papel
Se acerca mi parada y bajo
A ese frío exterior en silencio
En ese silencio de las mañanas oscuras
Ese silencio de las sonrisas tristes

viernes, 23 de noviembre de 2012

Trazos insulsos

He abierto un cajón cerrado con llave
No sé por qué ni cómo
Encontré aquellas palabras escritas casi azarosamente
En un libro que no pretendía despertar nostalgia

No sé abrí el cajón ahí
Estaba el libro pasé las páginas fugazmente
Vorazmente
Encontré no sé cómo unas palabras escritas
Quizá con más gracia
Quizá con más dulzura

Eran unos finos trazos bordados en un lenguaje
Absurdo del que nada entendí no pretendí entender
El sentido real de esas palabras no era importante
Lo importante era el significado su significado
Siempre el significado

Abrí quizá azarosamente el cajón encontré
Lo que buscaba como si lo buscara como si supiera
De antemano que lo iba a encontrar
No sé por qué

Esos trazos esos dulces finos delicados trazos
Presos aún para siempre de la fresca voluntad de la inocente sabiduría
Esas palabras que desprendían olor a lluvia
A tierra mojada
Y calles azules Esas palabras
De alguna forma
Despertaron algo en mi interior que había
Permanecido en sueños mucho tiempo

No sé si fue bueno probablemente no
Si fue sentirlas cercanas mágicamente cercanas
En su triste su poética lejanía
O esta noche que las hizo eclosionar
En mi corazón

Y es que hay en la noche
Un clamor de estrellas

jueves, 22 de noviembre de 2012

Recuerdos en mi habitación

Mi habitación como un continuo desorden de instantes
Que quedaron aparcados pasados
Olvidados quizás
Más allá de estas señales mudas de su existencia

Observé mi habitación encontré cada lugar
Ocupado por un objeto distinto
Un objeto que no era un objeto pues
Había perdido su objeto su utilidad su sentido
Era sólo una cita discreta de un recuerdo


Y así los recuerdos cada lugar quedaba acaso
Lugar o iba borrando recuerdos para hacer sitio
Cada lugar en ese desorden de recuerdos de instantes
Inconclusos u olvidados de los que
No queda más que un objeto sin objeto que nada dice
Salvo a mí
Como las cenizas de un fuego pasado nada dicen
Del fuego salvo a aquéllos que lo vieron

Podría escribir mi biografía sólo con mi habitación
Con lo que queda ahora y quizá
Lo que bajamos al trastero

domingo, 11 de noviembre de 2012

El cielo llora conmigo

Quiero llorar porque me da la gana.
Federico García Lorca

Llueve
O son mis lágrimas no sé
Bien poco importa como si no
Fuese lo mismo Hay días
Que uno pacta con el cielo para no llorar solo

La lluvia golpea o mis lágrimas
Golpea no nuestros cuerpos golpea el cristal de la ventana
Tan frío
Tan ausente de sí mismo de mí mismo
Ausente
Como esos árboles como labios rojos
El otoño dibuja su belleza y me la arrebata
En su ausencia allá lejos tras de los otros árboles
Aquellos amarillentos de la plaza
Tras del cristal sangrando lluvia

No sé por qué escribo ahora para qué
Para desahogarme quizá
Quizás de esta sangre de lluvia de lágrimas que
Pese al vidrio frío de la ventana
Me ahoga

Posiblemente malinterpretaréis mis versos confundiréis
Su mensaje como siempre o más bien
Pensaréis que había mensaje detrás de su poesía de su fragancia
No
No hay tal mensaje
O es que uno no puede llorar en ocasiones
O es que uno no puede sentir en ocasiones

Sentir llorar
No hay nada que sentir o sí
Tal vez
O es que uno no puede llorar en ocasiones
Igual que llora el cielo podéis llamar también
Lluvia a mis lágrimas
Lluvia a mis lágrimas que riegan las praderas de mis mejillas
Los campos sembrados de mi corazón que arrastran
Toda la basura que se acumula en mi mente
Después de tantos segundos maltratados de tantos
Días sin sentido en busca
De una alegría que se desvanece
Entre los árboles rojos ausentes como labios

Los puedo ver más allá del cristal sangrante
De los otros árboles sin sentido
Si hubiera tan sólo si hubiera salido a la calle
A acariciar sus hojas
A besarlos

domingo, 4 de noviembre de 2012

Las noches que escapan

Persigo mis noches
Llego errante de mil caminos de mil lugares distintos
Pero es sólo esta noche a la que persigo
Esta noche eterna que huye
Que creía poseer Ahora huye de mí
Sin palabras de despedida

Mi voz se apaga en cada esquina rota
Mis versos ebrios se quiebran ebrios de memoria de
Esa memoria no escrita esa memoria que aún
No se ha escrito
Cabalgo errante hay ya ciertos minutos que pasan
Sin sonrisas ni poesía
La triste elegía de un no de un hasta pronto
De un suspiro inacabado

Mis noches se alejan entre la escarcha
De los números del calendario
De las esperanzas ajadas lejanas
Mi brazo se alarga mi mano se extiende sólo por tocarlas
Un instante sólo por acariciarlas pero
Sólo alcanzo estos sueños rotos
Que me rodean

Estos sueños rotos que me rodean y mi noche
Huye de mí
El rugido leve de su oscuridad entre farolas se extingue
Su rugido de viejo dinosaurio el rugido
De siempre de su eternidad

Pero mis párpados guiñan al sueño
Y no quiero lamentarte por un segundo más
Tú mi soledad de cuerpo

miércoles, 31 de octubre de 2012

Contra el viento

Hay veces que sientes
Que caminar es volver hacia atrás
Alejarte
Tropezar caer dolerte contra la acera fría

Igual que las gaviotas vuelan contra el viento
Embisten al viento con sus garras con sus picos
Besan el viento
Con esperanza sin miedo
Ni remordimientos
El viento el viento fuerte pierde sus besos las arrastra
Contra las olas rugientes
Contra los acantilados de piedra

Las gaviotas saben que podrían volar en la dirección del viento
Y surcar el mar con tal velocidad que empañarían sus ojos
Las lágrimas
Pero sería demasiado tarde demasiado lejos
En medio del océano inmenso ya
Las lágrimas
Por eso besan las gaviotas el viento
El viento que las arrastra

Yo no soy tan distinto en mi cuarto de los espejos rotos
Cuántas veces he enfrentado al viento cuántas veces
Volveré a hacerlo
Hoy mismo

Quién notará a quién le importará otro espejo roto?
Contra las olas rugientes o quizá
Contra los acantilados
No importa
Lo coleccionaré junto al resto en los rincones de mi cuarto

Dispersos entre los rincones de mi cuarto
Llevo tanto tiempo juntándolos guardándolos
Con no sé qué propósito de lágrimas o de nostalgia

Aún suspiran creo en un armario en un cajón
Unas gotas de mar medio secas ya que un día
Quisieron ser llanto
Unas gotas de rocío a su lado creo lamentan
Su amanecer olvidado hace años

Y me pregunto
Me pregunto en esta soledad de noche de siempre me pregunto
Si es que algún día parará el viento el viento que me arrastra
No quiero saberlo
No lo digáis no! No quiero saberlo
Guardan cierta belleza los espejos rotos dispersos por mi cuarto
Comienzo a sentir entre mis labios el viento

sábado, 20 de octubre de 2012

Nuestros días ya no pasan

Me confunde
El paso fugaz de los días
Olvido para no tener que escuchar cada mañana
Esa misma canción de monotonía
O al menos
Escucharla sin saber que las huellas que piso
Son las que grabaron ayer mis pasos

Sólo transcurren ante mis ojos los números iguales
Del calendario de las ecuaciones diferenciales y la termodinámica
Todas esas cáscaras vacías
Como envoltorios de caramelo sin caramelo
Y arrugados por el tiempo
Todas esas cosas que odié aún cuando estaban lejos
Hoy las tengo aquí a mi lado

Es que el odio atrae y el amor separa?
Ya casi no entreveo en la noche aquel Cielo de palabras
Aquella poesía que se evaporaba como un perfume
De cada estrella de cada grado de alcohol
De las farolas como pequeños soles nocturnos y también
De todas las sonrisas y los abrazos

Ese silencio armonizador ese silencio armado de misterio
No como este silencio que es
Silencio de nubes rotas de ciencia exacta y falta
De poesía
Te echo tanto en falta lejano amor
Que aún a veces alzo en la noche no en aquellas noches
Alzo la mirada a ese Cielo tuyo de nadie más
Tuyo de palabras

Te echo tanto en falta te quiero tanto
Todos los días
Que aún hoy quiero sentir llenar de Absurdo mis páginas blancas
Mis sábanas
De ese Absurdo de los días que pasan de dos señores
Caminando por la plaza de una pareja de enamorados
Y dos niños jugando al balón
Ese Absurdo
Del viento agitando los árboles y
La hierba y también
Ese absurdo de hambre y miseria de crisis de valores
De ratones ese Absurdo de políticos que no hacen nada

Pero no he venido hoy a hablar de eso
Los días no pasan y allá afuera
Más allá de esa ventana que fuese antaño casi mágica
Allá afuera hace tanto frío que congelan las sonrisas
Para venderlas por las mañanas a cambio de unos pocos céntimos
Hace tanto frío es tan oscura esta noche
Sin noche
Que nos aferramos a lo frío a lo oscuro los números y olvidamos
El aliento cálido de las palabras
Siempre cargadas del Absurdo de nuestros días

Nuestros días que ya no pasan

Una rendija entre el vaho

Pasé el dedo por el cristal de la ventanilla del autobús desprendiendo el vaho de mi
mirada

Había una noche tan negra ahí fuera que el cielo estaba
Nublado tan negra que lloraba
Y el rugido humano del motor apenas se oía
Si lo escuchabas desde los charcos

Entre el vaho por esa pequeña rendija que abrió
Mi mirada al mundo
Alrededor todo era difuso y oscuro sólo podía
Saber que el vaho envolvía de ensueño el interior del autobús
Pero esa rendija esa pequeña rendija
Trazada con un dedo de mi mano
Esa rendija que se entregaba de nuevo al vaho
Al cabo de unos instantes para que mi dedo volviera a acariciarla
A abrirla como si floreciera
Esa rendija mostraba la Realidad

No la realidad que yo quería ver tampoco la realidad de verdad
Quizá sólo un poco de las dos
Pues era una rendija un catalejo pirata de película
Un poco de sentimiento engalanado de poesía roedado
Como un cuadro minúsculo por el marco de vaho
Una oda a lo difuso en forma de una concreta rendija

Y es que por esa pequeña rendija podía
Acaso ver acaso estimar el camino que recorría
Que yo iba a ciegas

No me gustó lo que vi y aún hoy
No sé cómo cambiarlo pero lucho
Intento luchar

viernes, 12 de octubre de 2012

De noche vuelvo a abrir la ventana

De noche De noche

Hoy vuelvo a escribir vuelvo a
Abrir la ventana
Es de noche
Hay un silencio que atrapa la mirada

Es de noche escribo como tantas
Otras noches
Pero no es la misma noche que esta noche es
Efímera

Quién se llevó mi noche eterna quién a dónde
Quién la arrancó del cielo estrellado?
Intentaron cubrirme de un manto de luz casi
Olvidé entre números
Pero es de noche como otras noches quizás sea
Que abrí la ventana al silencio
Pero hoy escribo vuelvo a escribir alzo la mirada veo
Ese Cielo de las palabras en la noche efímera allá lejos
En la oscuridad en esa estrella
O quizá esa otra
Si es que cabe un cielo en una estrella
Como dicen los poetas

lunes, 1 de octubre de 2012

Como un soldado

Como un soldado con la cabeza gacha
Abatido
Por no haber podido participar en la guerra y aún así quedar
Derrotado

Mis pequeñas escaramuzas fueron
Abrazos efímeros
Sonrisas frustradas o caricias violentas
Con cariño enrejado

Pequeñas escaramuzas no
Ninguna guerra no alcé los puños las armas no
No realicé acciones heroicas que recordar mañana
Sólo pequeñas escaramuzas no fueron guerras No
Lancé en la noche ningún beso del que no arrepentirme

Y mis brazos cálidos
Resultaron no ser menos fríos que
La lluvia que nos golpeaba Pequeñas escaramuzas
No recordaré
Más que la guerra perdida
Todo lo que no hice lo que faltó por hacer
Para que se quebrara la intensa perfección
De tantos segundos maltratados

Y de pronto me encuentro
No me encuentro el enemigo ya llegó no escuché no quise
Hace unos minutos sonaron voces de alarma
Tiroteos armas a fuego lento
Poco después una bala y mi ansiado beso
Frío

Como un soldado con la cabeza gacha
Y en ella dibujada torpemente una flor de sangre
Abatido
Por no haber querido participar en la guerra No haber
Arañado un instante inmortal al olvido Y aún así
Derrotado
Sentado vertido como un despojo a un rincón
La cabeza gacha flor de sangre
El color y el brillo ya han escapado
De sus ojos abiertos y soñadores
Sus ojos verdes

sábado, 22 de septiembre de 2012

Me encierro

Una noche más me encierro entre estos muros
De sonrisas truncadas en lágrimas
De calidez traspasada por la lluvia
Y frío De labios que amanecerán secos

Ni tan siquiera valió el oscuro poder del alcohol
Que con su aura de locura envuelve
Su aura de locura que transforma hasta la acera de cemento
Y la mente más cuadrada

No fue todo suficiente faltó
Un segundo
Un instante acaso de verdad
De presencia anhelante de delirio
De suspiros y carne

Fue en realidad fue
Una nota
Una nota igual que todas las anteriores
Una nota muda en medio de un silencio inmenso
De la noche triste
Una nota muda que nada dice
Como estos versos cansados que
Se encierran entre sus muros de tinta
Papel rayas guiones
Mudos y fríos

Una noche más me encierro
Escribo para no decir nada
De nadie espero respuesta

viernes, 21 de septiembre de 2012

Reniego de los números

Escribo es de noche
Desde esta soledad oscura escribo en un rincón sin apenas
Luz tenue de una lámpara de mesa escribo nadie
Donde nadie me vea nadie donde nadie
Nadie escuche esta confesión silenciosa
En el rasgar de un bolígrafo el papel ardiente

He escrito cartas sms fax
E incluso telegramas he escrito en verso en prosa
Tantas formas probé de escribir a los números
Ganarme su amistad
Reconciliarme con ellos

Su respuesta fue la misma de siempre una mirada
Cínica detrás de las gafas
Crítica y exacta detrás de los cimientos firmemente
Asentados sobre el aire
Es tan difícil intentar que comprendan
Su infinita inexactitud su infinita ciencia cuadrada
De mierda sus valores estúpidamente inamovibles
Intenté escribirles palabras dulces giros del lenguaje
Que deformaran esa realidad que luchan por describir
Como si existiera
Me redujeron al Absurdo
Al Ridículo Dos más dos son cuatro

Y ahora estoy sentado
Es de noche y estoy sentado en una cama llena de Absurdo en una sábana
Llena de Absurdo
Que me sonríe
Sé que no lo entenderíais
Cálido Absurdo
Desde el que reniego de los números

Confieso
He sido tan hipócrita he fingido que me agradabais
Ante el resto vosotros sabíais que fingía nunca pretendí
Más que mentiros
Pues es mentira la frialdad de las igualdades
Que me asustan temo por el instinto asesino
De las ecuaciones diferenciales
Odio
Los remiendos artificiales de las integrales de cemento
Odio temo todo lo que no se puede reducir al Absurdo
Como yo
Como la sábana y la cama
Es tan triste

Nunca sentiréis en la distancia la calidez de una sonrisa el sabor
Amargo de una lágrima salada
Nunca cerraréis los ojos e imaginaréis un Imposible
Pues no podéis alcanzar la Victoria ni tampoco la Derrota
Ni el Absurdo
Como yo y la sábana y la cama

A todos vosotros números científicos cínicos con gafas!
Que nunca sentiréis en vuestro propio cuerpo
Nunca sentiréis
La tragedia discontinua de todas las flores que mueren
A cada segundo
Dedicándoos una última mirada compasiva
A todos vosotros que no recordaréis a ninguna

Os odio a todos vosotros seres de olvido!

martes, 18 de septiembre de 2012

Regreso del frío

El horizonte pasado ese horizonte
Para el que es necesario girarse
Torcer el cuello más allá de la ventana volver la vista
Atrás
Ese horizonte del que nos alejamos
Poco a poco paso a paso con alivio o nostalgia con sonrisas
O lágrimas Ese horizonte
Que pasado un tiempo cierto tiempo indefinido
Queda colgado como una vieja fotografía de viejos momentos que
Poco a poco se irá desgastando se irá olvidando al fin
Como se olvida todo en este mundo

Esta noche
Con su luna sin luna y sus estrellas veo
El verano mi querido verano ya
Mi verano en ese horizonte pasado

Apenas nadie lo notó apenas nadie
Quiso darse cuenta
Volvía el frío
Ese frío desgarrador ese frío de soledad de tristeza ese frío
Donde vive el hábito y los números y las ciencias
Ese frío contra el que los niños se arropan ocultan sus caras tras una bufanda

Se han ido mis amigos y aún los que
No se han ido siento que se alejan
Como espantados por el frío ese frío que
Va apareciendo entre los abrazos que ya no nos damos
Al alejarnos

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Dos labios

Dos labios eran sólo dos labios
Dos labios tenues
Que amenazaban con desvanecerse eran tan efímeros
Que el viento rugía amenazaba con llevarlos
Lejos de mí de mis labios arrancármelos
Dos labios leves la lluvia
Se deshacía entre ellos

Es posible que hubiera detrás
De los dos labios
Dos ojos que miraran fuerte un cabello claro que
Ocultara cierto misterio entre sus ondulaciones vagas
No sé

Yo sólo vi dos labios eran
Dos labios breves
Como una rosa suave que se abre al silencio
Del deseo
Vivo como una jauría de perros
Mudo como un clavel olvidado

No sé qué deseo qué labios qué ojos que no vi
No sé si fue sueño fantasía no
Fue una escena eterna de película
Un piano de fondo mascullaba una triste melodía

Éramos tú
Y yo pero
Había un rumor un suave susurro de realidad
Que me hacía pensar que no
Éramos ni tú ni yo
Tal vez

Y si no éramos
Ni tú ni yo entonces
Quién eras tú quién yo quién
El mundo real el piano que nos lloraba
Si es que alguna vez existimos juntos

Dos labios eran sólo
Dos labios

martes, 11 de septiembre de 2012

Introducción al desorden

Una nueva noche se abalanza ya sobre mi lecho
No es nueva no eterna es eterna
Ya me ha susurrado muchas noches muchos días todos
De soles o farolas qué importa ya me ha susurrado
Esta noche eterna

Esta noche eterna y yo
Yo que aún no comprendí nada que aún
No conseguí encontrarle sentido finalidad a nada sólo
Un montón de recuerdos de planes deshechos de placeres
Que pasan sin que nadie tenga tiempo o ganas
De anotarlos
En esa libreta universal donde se anotan
Donde cada uno anota qué ha sido mejor dicho
Qué es su vida

La razón
Ja! La razón quedó enterrada
Hace mucho tiempo o eso creo
O eso me gustaría
Mi vida se ha convertido en un pasaje de best-seller
Capítulos y capítulos y páginas que no cuentan nada que no introducen a nada
Una historia sabida por todos nada un silencio amargo
Desorden

Quizá ese desorden ese jodido desorden
Sea mi única mi última esperanza
De trazar el camino o
De borrar el camino

Qué importa ya a estas alturas es tal el desorden
Que nadie notará una flor robada menos
En el mundo qué importa ya

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Esperanzas desteñidas

No quiero otra esperanza no quiero
Un nuevo vestigio apartad de mí esa luz
No quiero

He luchado tanto por llenar este cuerpo
Esta vida mía mi vida he luchado
Tanto por llenarla de locura de-
Lirio fresco
Y aún casi conseguí que no me importara

He luchado tanto
Volver a escuchar esos mismos versos que creí arrancados Volver a sentirlos
Cerca de mí es una tortura qué he hecho yo he luchado tanto
Para que llegue de nuevo ese perfume brillante
De ojos incompletos esa voz extraña que tan cerca
De mí estuvo un día ingenua y extraña

Qué he hecho yo he luchado he levantado
Murallas castillos que se derrumban
Castillos construidos sobre el aire!
Lo veis? No son al fin y al cabo tan distintos
De esos versos son esperanzas

Las mismas esperanzas sólo las teñí
Por fuera como se tiñe hoy el cabello en la peluquería
Se tiñe por fuera pero esa ondulación sugerente queda
Y antes o después vuelven a nacer desde las raíces
Esas mismas esperanzas
Desteñidas ya por el uso

Desván destartalado

Pasan con severidad las horas vanas pasan
Los instantes perdidos los segundos efímeros
Que quizá no existieron

No es de noche lo sé pero como si lo fuera Ahí fuera
Es tan negro todo aquí dentro
Tan oscuro ese cielo nublado rumor de coches
No se escucha apenas no escucho realmente ladridos de perros
Ladridos de personas

Pasan con severidad las horas vanas entre sueños
De flores que no fueron flores
Que jamás serán
Más que flores flores marchitas y otras cosas
Que no fueron y jamás serán

Otras cosas podrían decirse muchas otras cosas
Me vale
Con que imaginéis un desván destartalado
Los juguetes están rotos los muebles roídos por el tiempo y el polvo
Hay una rata muerta que aún chilla su postrero sufrimiento
Cada vez que alguien pisa ese parqué olvidado
De recuerdos

No os extrañéis ahora si escupo no os extrañéis
Si ahora al llegar una nueva flor marchita de antemano Un nuevo juguete
Roto de antemano no os extrañéis si escupo
Si giro la cabeza si cierro los ojos

El desván comienza a estar plagado de polvo
De recuerdo y cada nuevo peso muerto
Pesa más de cien veces lo que pesó
Vivo

Como buen imposible

No debería volver pero no lo sé no
Debería volver es tan tarde tan oscuro el cielo Volver a escribir
No

Es de noche Vuelve a ser
De noche parece mentira que sea otra vez de noche
Que vuelva la noche a inspirarme lágrimas
Qué digo lágrimas versos sí versos bueno
También lágrimas

Quisiera olvidar cada lágrima qué digo cada beso y
Sustituirlo por uno nuevo
Uno nuevo de alguien distinto otro cabello
Otros pechos quizá otros ojos oscuros o claros da igual

No no quisiera sí es
Tan difícil convivir con esperanzas sostenerlas
En el vacío como un caracol que a cuestas lleva su casa
Mi casa mis esperanzas son
A menudo vanas
Estúpidas
Inocentes

He de confesarlo
Sí he de confesarlo mi casa una esperanza
Idealizada como las otras
Creo que llega creo
Una nueva esperanza
Llega y se va y llega tentando como buen imposible

Como buen imposible dice la voz
La voz no ciega tiene dos ojos pero yo estoy sordo
Quiero estarlo
Como buen imposible

lunes, 3 de septiembre de 2012

Mi corazón no duda Engaña mi mente

Hay un rumor de perros ladrando lejos Un pitido de coche
Se oye en el silencio un rasgar de ruedas el cemento oscuro

No sé por qué hay coches es tan tarde tan oscuro el cielo
No sé por qué es tarde
Los ladridos se acercan se alejan No sé
Por qué ladran realmente no los escucho

La noche vuelve a inspirar mis versos Vuelve
A arrancar las palabras de mi alma descubierta a la noche
Vuelve
Y es preciso que vuelva no sé por qué Inspira tal vez
Mis versos desnudos como amantes en la cama La noche
Jamás pretendí estar triste no creo
Estarlo no sé

Quisiera tener a mi lado un oído que me escuche
No ladridos cerca lejos no Un oído
Un brazo que me abrace un oído que me oiga que me escuche
Es todo lo que necesito No sé
Tantas cosas
Tantas dudas aposentadas en mi corazón con la
Puerta No hay llave! La puerta está cerrada
Tantas cosas tantas dudas duda mi corazón mi mente duda
O cree dudar mi corazón que siempre
Tuvo todo claro
Fue un engaño de mi mente

Es tan cruel tan desgarrador lucho
Contra mi propia Los ladridos se acercan de nuevo!
Contra mi propia mente
Os confesaría mis dudas No
Mi corazón no duda Engaña mi mente no quiere
Dejarme Confesaría necesito
Un amigo que me abrace
Un amigo que me escuche

Por favor
Es tan negra la noche de quien se sabe preso
De su propia cordura impuesta

Silencio!

martes, 28 de agosto de 2012

Vosotros me enseñasteis a amar a la noche

Sigo aquí
Una noche más postrado frente al delirio
Frente al influjo de esta luna y mis versos
Suyos

No debéis culparme Fuisteis vosotros quienes me
Enseñasteis a amar a la noche A amar a cada uno
De sus recuerdos sus tiernos instantes su olvido de alcohol Fuisteis
Vosotros quienes enseñasteis a mis párpados a sobrellevar la pesada carga
Del cansancio del tiempo oscuro

Lo celebro! Qué fuera de mí sin esta noche mía y mis versos suyos
Ya vagué mucho tiempo en la nada y he de confesar
Que es muy poco lo que allí se vive

Vuestra culpa! Es vuestra culpa! Y lo celebro Qué sería de
Esta vida sin sus pequeños placeres sin su arrogante locura
De joven infinito que se sabe inmortal mientras
Dure su canto mientras
Se doble su cuerpo en discotecas lujuriosas o quizá
Baruchos de almas podridas
No importa

Nada importa realmente
Sino esta noche que no acaba Este espíritu
Jovial e ingenuo que nada teme aún
Se desconoce prendido de una minúscula manecilla del Reloj
No importa Son
Mentiras de adulto Adultos
Que sólo encuentran la infelicidad Que han perdido
La vida que muertos han perdido la noche
Y se arrastran
Por esa pesada oficina que es el día oficina
De fechas y trabajos y papeles mecanografiados que nunca terminan No importa
No debiera al menos importarles pero les importa

Ha perdido la luna su belleza y sus versos ante sus ojos cansados
De hacer tanto que se queda en nada He de confesar
Triste día aquel que esto me ocurra no quiero
Que nada importe salvo este gritar salvo este vivir
De instantes lugares fugaces consumidos Este vivir insano
Que no es más que otra noche loca otra locura una noche Vivir
La noche Vosotros me enseñasteis!

Oh noche oh noche inmensa que guardas
En tu silencio estremecedor en tu grave silencio guardas
La levedad del olvido
Oh noche noche eterna! He de confesar
Que casi
Creo

jueves, 23 de agosto de 2012

Triste por el tiempo que pasa

La noche me arrastra a su oscuridad alquilada
Pero necesito desahogar antes mi corazón triste
Triste tinta triste necesito plasmar estos versos tristes Aunque
Jamás pretendiera estar triste

Por el tiempo que pasa el tiempo hacia ese horizonte inexorable
Como el alba cada día ese horizonte de números y ciencia
Y ciencia y números que se repiten sin que aún
Le encontrara sentido a nada Podría tirarlo
Todo a la basura

Por el tiempo que pasa el tiempo y se irán de nuevo
Los pocos amigos que aún sonríen que aún
Me dan abrazos sinceros
No no se irán todos no pero sí Es
Tan difícil todo esta ausencia ausente pero
Prevista como un estúpido parte meteorológico

Tan difícil todo el tiempo que pasa
El tiempo No fue todo tan sencillo un día?
Un día sencillo como tantos otros que pasan entre el tiempo Que se pierden
Ya no hay días sencillos

Esta ausencia ahoga mis venas en tinta triste Quiero
Volver a ser un niño
Sencillo

sábado, 18 de agosto de 2012

Medio pan y un libro

Para el aniversario de la muerte de mi mayor ídolo, mi mayor maestro, del Poeta de los Poetas, Federico García Lorca, quería dedicarle una entrada escrita por él. No es cualquier poema u obra de teatro que podáis encontrar en cualquier lado. Es un discurso que dio en su pueblo natal, Fuente Vaqueros, con motivo de la inauguración de una biblioteca pública en septiembre de 1931. Me llegó hace unos meses por mi padre y ahora lo he vuelto a recordar. Es simplemente genial.



"Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que
sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las
personas que él quiere no se encuentren allí. «Lo que le gustaría esto a mi hermana,
a mi padre», piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve
melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería
pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia
suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad
y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y
por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la
primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la
calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí
violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin
nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a
gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan.
Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos
en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible
organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un
hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un
pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene
medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que
necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor»,
y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus
sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la
revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del
mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y
pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: «¡Enviadme libros, libros,
muchos libros para que mi alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía
terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras
para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica,
natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía
del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa,
que el lema de la República debe ser: «Cultura». Cultura porque sólo a través de ella
se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero
falto de luz."

jueves, 16 de agosto de 2012

Dónde Cuándo

Cuántos silencios para llenar de tiempo un segundo de
Tu ausencia La soledad sonora sólo escribe al alba
Y a la noche le pregunta Dónde
se escondió la distancia que nos separaba y nos unía
Cuándo se convirtió en olvido cuándo Dónde
nuestros instantes locos encerrados entre tu piel mis párpados
Cómo en qué cajón quedaron tus palabras
Tus palabras de hipotálamo herido Mis heridas
Curadas con el alcohol de tus labios El sonido
Una gota de rocío el sonido de un nuevo
Amanecer el sonido de una cama de sexo viejo
Y muelles rotos Un suspiro una lágrima inscrita
Escrita con tinta azul de calamar triste Como historia
De razón perdida ignorancia de un ingenuo
Adiós con las manos con los brazos Con mis besos
Que son mis besos tus besos Tus besos
con sabor a vodka barato a esplendor de huella
de parques y bancos De ceniza De mercurio
Termómetro reventado por nuestro fuego
Fuego de hipotálamo jugando a sonreír a la noche A sonreír
a la vida y escribir palabras heridas Palabras que no
Cuentan Palabras sin tiempo como un armario viejo Palabras
Que no cuentan la distancia el tiempo para llenar de tiempo
Una sábana loca que ya no nos separa una ducha fría
Una película demasiado rodada en silencio le pregunta
A mi historia

Dónde Cuándo


Nota: Sí, acabo de leer "Habitaciones" de Louis Aragon.

viernes, 10 de agosto de 2012

La poesía

Dedicado a todos los versos escritos (o sólo pensados, quizá) para ser olvidados.

Me hablaron de la poesía como quien habla de una leyenda lejana y poco creíble, de un monstruo enorme al que se adora, como de un misterio, de una fe ciega e incomprensible. No os creáis estas mentiras. Es cierto que la poesía es mi única fe, pero jamás ciega. Todo lo contrario: para percibirla no hace falta nada más que abrir los ojos y mirar al mundo.

Abrid los ojos. Os daréis cuenta de que, de pronto, el mundo cobra toda su belleza escondida y cada gesto, cada pequeño movimiento, enternece, y cada instante se convierte en eterno. Es la poesía.

En ocasiones me sucede que camino ciego por la calle y, de pronto, un paisaje peculiar o, muchas veces, una joven guapa me hace abrir los ojos. Los versos entonces se precipitan y desbordan mi cabeza, como un torrente salvaje e interminable. Los recito silenciosamente y siento que casi alcanzo a recoger la poesía de tal o cual instante.

No ocurre así cuando escribo. Es normal, al fin y al cabo. La poesía es bella. La poesía es efímera, por tanto. Escribir con tinta no deja de ser una forma cruel de encerrarla entre estos muros de papel cuadriculado. En vano. No se puede encerrar a la poesía. Tampoco los versos que recito silenciosamente en mi cabeza lo consiguen, no es más que una ilusión inscrita en la magia (la poesía) del momento.

La poesía es la energía con la que VIVE el mundo, con la que VIVE nuestra naturaleza y VIVIMOS, muchas veces sin saberlo, nosotros mismos. La poesía está hecha para perderse entre cada instante del tiempo. Y no hemos de lamentarlo. Encerrarla entre tinta o palabras, intentar grabarla en la mente de la humanidad para que no se convierta el polvo a cada momento, significaría arrancarle su esencia. Jamás he conocido a nadie que sepa encerrar un suspiro, es tan bello el olvido...

jueves, 2 de agosto de 2012

La noche

Es un lugar o un tiempo.
Es un deseo irreprimible
o una voluntad cierta de conquistar el mundo.
Es una tentación lujuriosa de amor ebrio
y otras drogas del corazón
o una fuente de inspiración oscura
para los contadores de estrellas.
Es un canto, un grito, un murmullo
grave que cala hondo
como un silencio encerrado en un océano,
como un pájaro oculto detrás de un adiós.
Es la lluvia y su sal particular
que se arremolina en torno a  los viajeros errabundos
cuyo lucero se apagó hace tiempo
o aún no ha dejado de brillar demasiado.
Es la vida encerrada en un saco de melancolía,
de formas difusas, de esperanzas ajadas,
de gloria caída sin temor por los valientes.
Una gota de sangre que respira
el morbo de cada gota de sangre derramada,
un misterio que escribe el destino
con versos de tinta invisible.

miércoles, 1 de agosto de 2012

A una chica rubia de ojos claros

Está de pie en el autobús.
Su mirada azul, entre mechones rubios,
se pierde en el candor de las farolas que guardan la noche,
en las calles secas y desiertas
que le devuelven su mirada melancólica sin sonrisa.
Su sonrisa sin sonrisa de corazón
que ha perdido muchas cosas
o tal vez de corazón misterioso
que oculta muchas otras.
Su blanca palidez, su fría serenidad,
la inmutabilidad de su semblante
en contraposición al paisaje de formas engañosas
que pasan corriendo al otro lado de la ventana
conforman una imagen peculiar y entrañable.
Como un trozo de hielo que resiste en su forma con estoicismo
ante las arremetidas de la hoguera que lo rodea.
Como un pájaro cautivo que mueve los músculos
de sus alas cortadas, batiendo un viento imaginario
que lo priva de esa libertad soñada
(que se encuentra en el sol y jamás en la luna).

Su mirada, su cuerpo inmutable y triste,
recalcan la belleza de sus momentos y lugares.
Seguiré observando en silencio.

lunes, 30 de julio de 2012

Divagaciones entre las nubes

Voy volando en dirección a Valencia. Abajo, entre las nubes, la tierra se ve muy grande. Las casitas, minúsculas. Los hombres no se ven desde aquí arriba. Nos creemos inmensos, pero en realidad somos muy pequeños. Sobre todo a esta altura. ¿Y por qué, entonces, volamos, nos alejamos de la tierra, las casitas y los otros hombres? ¿Acaso nos gusta sentir el vértigo de la inmensidad del mundo, del vacío ínfimo que en él ocupamos, como quien se asoma a un acantilado, se estremece con el choque de las olas contra la piedra y deja escapar un suspiro de sueño abandonado?

Me estoy perdiendo en divagaciones. No era tal mi objetivo. O sí. Creo que no tengo objetivo. Es más emocionante improvisar. Muchas cosas pueden surgir del silencio ensordecedor del vuelo. Improvisando siempre se sorprende uno a sí mismo. ¡Y qué bellas son las sorpresas!

A mi lado, sentados, hay un hombre dormido y una chica muy guapa. El hombre dormido, antes de dormir, me permitió amablemente y con una sonrisa sacar torpemente de la maleta este cuaderno (diario, ¿anuario?, o como lo quieras llamar). La chica guapa... me gustaría que me estuviera leyendo. Que tornara la cabeza desde la ventana y entreviera estas palabras, su  nombre escrito entre estas líneas. No su nombre real, claro. Pero así se conserva el misterio. Es muy importante el misterio.

Sé que debería haberle hablado, lo sé. Al principio del vuelo pensé "luego". Pero "luego" suele convertirse en "demasiado tarde". Tuve miedo. O vergüenza. O ambas cosas. Y ahora el avión ya desciende hacia Valencia.

¡Por favor, léelo!, grito estridentemente en el interior de mi mente. Pero no me escucha. Quizá la ventana sea más atractiva.

¡Por favor, mírame! Ya puedo saborear el aire de Valencia, la sal suave de su mar cálido. El tiempo, cada instante, se escapa como polvo en el aire, se funde en el pasado, ese pasado en el que no nos conocíamos, como copos de nieve en un manto de nieve. El avión gira y se prepara para aterrizar. Y yo... ¡sólo sé ya escribir! ¡Las palabras habladas volaron!

viernes, 13 de julio de 2012

Más triste que la lluvia

Conozco una palabra más triste que la lluvia:
es un silencio.
Un rincón inmenso donde los sonidos se olvidan de sonar
y la noche se olvida de ser luna y de ser estrellas.
Alzo la vista.
El vaho de la ventana encierra una esperanza sin contorno,
un reflejo indefinido de una imagen perdida de antemano.

Allá afuera: un cuadro sin sentido.
Los azules (oscuros) se apelmazan y lloran
mientras los amarillos (mojados) observan impotentes.
Hay un horizonte de amapolas disecadas.


Mis poros esnifan humo de tinta resecada y marchita
tras tanto uso inútil.
Mis manos se asoman, entre mi cabello, al precipicio
que describe la agonía en su cuaderno de bitácora.
El reloj tintinea las horas
en torno a la playa de ceniza, sacudido por las olas
de espuma que resbalan desde mis mejillas.

Llegaron entonces los rojos y los morados.
Se rieron, con cierto sarcasmo delirante,
de los anteriores. Los humillaron. Es bien triste
quedarse quieto, llorar en silencio.
Más triste que la lluvia.

Por favor. Que alguien me tienda un beso
una mano acaso, un abrazo, un suspiro incluso.
Que alguien se acerque, sí,
y tome mi mano temblorosa y me arrastre lejos
de este silencio que roe mi cuerpo.
No me importa
volver a morder el polvo del camino,
tengo ya su sabor engastado en los labios.

Pero, ¡por favor! Que alguien me lleve lejos
de este silencio,
de este silencio que roe mi sonrisa.
¡Que desempolve mis labios con mil besos
de luna seca!
¡Por favor!
¡En mi corazón se atraganta el olvido!

Luna, luna, luna.
Y uno y dos y tres.
El silencio, como las ratas,
roe mis pies.
Espero de pie una mirada
que cambie el mundo.
Y uno y dos sin tres.

martes, 10 de julio de 2012

La humanidad escupe al mundo

Abro la ventana y admiro la fría quietud de la noche,
el silencio se extiende desde los edificios apagados
y las calles solitarias.
Una brisa muda acaricia las pestañas de mi corazón;
su aliento melancólico, ebrio,
arranca lágrimas que trazan senderos de olvido
por mis venas de humor triste.
Admiro la belleza de la noche, del silencio,
de la ausencia de humanidad y me pregunto
si somos dignos ocupantes del mundo
(cuando los rayos del sol apenas bostezan
en el horizonte).

Valdría cerrar los ojos por un instante.
Quedarse a solas con la imaginación.
¿No seguiría adelante la vida sin nosotros,
sin nuestro odio, sin nuestra sed de sangre,
sin nuestro cemento cuadrado y nuestra mente científica
que arrasa la verde naturaleza?
(Y yo te quiero verde.)
Imaginaréis, como yo, un mundo más bello,
un mundo inocente, ingenuo,
como lo fue de niño.
Pasé la vida
contando flores, observándolas de lejos,
sin atreverme a tocarlas,
no fuera que mis manos trajeran su podredumbre.

Quemé mis labios
en la hoguera de un silencio
y jamás pude volver a besar.
Escondí mis ojos y mi mirada
en una arista sin luz.

viernes, 6 de julio de 2012

El contacto

 Lucas tenía treinta años. Trabajaba en la oficina de un periódico local en un frustrado intento de llegar a ser escritor. Programaba el despertador todos los días laborables para las siete en punto, aunque no se levantaba hasta un minuto después. Era el tiempo que empleaba en tomar fuerzas para incorporarse y afrontar un nuevo día desde las tinieblas de la habitación. Después buscaba a tientas la cocina y allí levantaba la persiana para dejar entrar a los juguetones rayos de sol, más madrugadores que él, que lo pellizcaban en los párpados entrecerrados. Desayunaba un par de tostadas y un tazón de leche sin café y se ajustaba la corbata antes de salir de casa. Salía a la calle, saludaba al kiosquero en frente de su portal, que ya tenía preparado para él el diario de esta mañana, el mismo diario detrás del cual Lucas trabajaba en su oficina. Descendía por la boca dentada del metro, cruzaba la pasarela de la mampara de cristal que separaba a las personas que entraban de las que salían y miraba el panel que indicaba cuántos minutos quedaban para el siguiente tren. Miraba el panel pese a saber de antemano que pondría 4 minutos. Siempre ponía 4 minutos porque Lucas siempre seguía la misma rutina. Y Lucas sabía que los trenes salían cada 5 minutos, por lo que si omitiera ese minuto que empleaba tomando fuerzas para incorporarse y afrontar el nuevo día, podría coger el tren anterior. Pero nunca se lo había planteado. La rutina era sagrada.

Cinco de abril del dos mil doce. Lucas descendió por la boca dentada del metro y cruzó la pasarela de la mampara de cristal que separaba a las personas que entraban de las que salían. Cuando llegó al andén, lo hizo al tiempo que el pitido de saludo del metro. Pensó que se habría retrasado aún más de los normal, un minuto, y se apresuró a entrar. Se sentó al lado de una señora que vestía una blusa marrón con estampado de flores, una falda gris de tela vasta que le llegaba hasta las rodillas y unos zapatos color mostaza con un poco de tacón. Lucas nunca había pretendido ser un experto en moda, pero aquello no parecía encajar muy bien. No obstante, volvió a sus preocupaciones. Se subió ligeramente la manga de la americana gris y miró el reloj de correa que llevaba en la muñeca derecha. Se quedó perplejo. El metro no había llegado un minuto antes. Había sido él. Durante el viaje estuvo intentando dilucidar qué había podido causar aquella ruptura de su hábito cotidiano y, finalmente, poco antes de llegar a su estación de destino, le vino a la memoria un detalle: no había esperado un minuto antes de incorporarse en la cama. Aún sin haberse recuperado de la sorpresa, tuvo que bajar del metro antes de que éste se pusiera en marcha de nuevo. Pisó el andén con indecisión.

Tenía cuatro minutos (quiero decir, cuatro minutos libres). Nunca había tenido cuatro minutos. ¿Qué podría hacer en ese tiempo? No podía llegar antes a la oficina. La oficina abría a las siete y media. Puntual. Si llegaba cuatro minutos antes, tendría que estar cuatro minutos esperando frente a la puerta cerrada. La gente lo miraría extrañada. Nadie desperdicia cuatro minutos de una mañana mirando una puerta cerrada y esperando que se abra mágicamente en cualquier instante. Quizá incluso llovía. Y él no llevaba paraguas. No solía llover en la ciudad, pero faltaba que hubiera surgido un imprevisto para que se acumularan todos. Siempre ocurría. O, mejor dicho, nunca, porque Lucas nunca había tenido imprevistos. Pero, de alguna forma, en su profundo pesimismo creía que lo sabía. Como tampoco nadie desperdicia cuatro minutos de una mañana pensativo en el andén de un metro y la gente ya comenzaba a mirarlo extrañada, decidió andar. Eso es, andaría más despacio y así llegaría cuatro minutos más tarde. Comenzó a andar todo lo despacio que podía dentro de los límites de la ausencia de miradas extrañadas, pero con unos rápidos cálculos se dio cuenta de que aún así sólo conseguiría emplear dos minutos. Tres si acaso. Pero no los cuatro. Tampoco podía ir más lento o de nuevo aparecerían las miradas inquisitorias. Desesperado, se resignó a una idea a la que jamás se había resignado: la idea de la esperanza vana, la esperanza en el azar, en lo desconocido. Se resignó a continuar caminando con pasos lentos (dentro de los límites) y esperar que ocurriera algo inesperado con lo que pudiera perder uno o dos minutos de los que aún disponía.

Llegó a la pasarela de las mamparas de cristal. Cada paso era un sacrificio, cada instante que pasara sin que el azar le guiñara un ojo era un suplicio que apenas podía aguantar. La boca dentada del metro se acercaba y, a apenas diez metros de su salida, la puerta a las oficinas del periódico donde trabajaba Lucas. Desesperado, levantó la mirada de sus propias pisadas y, casualmente, fue a dar con una mirada (no extrañada) al otro lado de la mampara de cristal. Una mirada de entre la multitud de personas que entraban a la estación de metro mientras él salía, una mirada de ojos marrones, normales. Pero hubo algo que lo cautivó, que por apenas uno o dos instantes detuvo sus pasos. Entonces la señora mal vestida chocó contra él. Perdió la mirada marrón, la mirada normal que entraba en la estación, la mirada cautivadora. Se giró hacia la señora mal vestida. Lo observaba con una mirada extrañada y acababa de proferir una expresión malsonante. Lucas se disculpó tartamudeando y le recogió el bolso, que había caído al suelo. La señora mal vestida gritó un par de tacos más y marchó con paso ágil, indignada. En esta sociedad de prisa inhumana, una persona tranquila, una persona que se detenía a observar una mirada marrón y cautivadora, era objeto de indignación. Lucas retomó la marcha pensando en esa mirada. Llegó a la puerta del trabajo y la secretaria aún tenía en la mano el manojo de llaves con el que acababa de abrir la puerta.

Lucas retomó su rutina al día siguiente. Volvió a emplear un minuto en tomar fuerzas para incorporarse y afrontar un nuevo día desde las tinieblas de la habitación. Pasó el tiempo y Lucas olvidó la mirada marrón y cautivadora. Un día, en cambio, volvió a encontrarse con el pitido del metro al llegar al andén. Se apresuró a entrar mientras levantaba ligeramente la manga de su americana gris (todas sus americanas eran grises) para poder mirar la hora en su reloj de correa. Había llegado un minuto antes. Recordó que no había empleado el minuto en incorporarse después de que el despertador sonara, como ya le había ocurrido la otra vez. El trayecto pasó demasiado rápido entre sus pensamientos. Él quiso que éstos se centraran sobre cómo emplear los cuatro minutos que tenía de nuevo, pero, aunque después lo negaría ante sí mismo, en realidad sus pensamientos constituyeron una duda constante sobre si volvería a encontrarse con la mirada marrón y cautivadora. Descendió al andén, tembloroso. Comenzó a andar lentamente hacia la pasarela de las mamparas de cristal. Apenas la entrevió a lo lejos y ya comenzó a buscar desesperadamente. Esta desesperación guarda paralelismo con la de la ocasión anterior, pero las causas eran totalmente diferentes. Finalmente la encontró. Volvió a sostener su mirada marrón, cautivado, durante uno, dos instantes. Continuando con el paralelismo, alguien chocó contra él y la perdió de vista. Antes de girarse y recoger su bolso del suelo ya sabía que se trataba de la señora mal vestida.

A partir de ese día, excluyó de su rutina el minuto que empleaba en tomar fuerzas para incorporarse y afrontar un nuevo día desde las tinieblas de la habitación. Llegó al andén al tiempo que el pitido del metro, se subió apresuradamente y se sentó al lado de la señora mal vestida. Aún miraría alguna vez más su reloj, falsamente sorprendido, en un gesto con el que pretendía fingir ante sí mismo que no conocía la verdad. Dedicó sus pensamientos, aunque después lo negara, a la mirada marrón y cautivadora. La diferencia fue que en cada ocasión sus pasos se aceleraban más hasta su encuentro (que, inexplicablemente, se producía siempre en el mismo lugar) y, por tanto, en cada una disponía de unos instantes más para sostener su mirada antes de que la señora mal vestida chocara contra él. Y, por tanto, en cada ocasión quedaba aún más cautivado por la mirada marrón. Al quinto día la acompañó una sonrisa. Al séptimo un guiño. Al décimo casi fue corriendo, abriéndose paso como podía entre el resto de personas, aun arriesgándose así a sufrir alguna mirada extrañada. Encontró la mirada marrón y cautivadora, la sonrisa y el guiño en el mismo lugar de siempre. Pero hoy tenía más tiempo y se dedicó a observar de arriba a abajo a la portadora de aquella mirada, pues, aunque parezca increíble, nunca lo había hecho. Era una mujer normal, al igual que sus ojos marrones. Estatura media, quizá un poco más alta. Su cuerpo no era delgado ni esbelto, pero mucho menos gordo o feo. Era normal, con pechos normales. Sus labios, ligeramente más carnosos de la media, seguían siendo normales. Sus pestañas normales, ligeramente cortas. Su cabello castaño, normal al igual que sus ojos. Pero había algo enormemente cautivador en cada pequeña porción de su cuerpo, del halo invisible que flotaba en torno a ella, en sus ojos marrones.

Continuaron viéndose día tras día tras la mampara de cristal. Cada vez mantenían más tiempo el contacto visual. Cada vez Lucas quedaba más cautivado por su cuerpo, por su halo, por sus ojos marrones. Pronto empezó a llegar tarde al trabajo, lo cual constituía una ruptura inaudita e inexplicable en sus hábitos y en su puntualidad exquisita. Sus compañeros lo observaban con miradas extrañadas cuando llegaba tarde a la oficina. Pero a él no le importaba. El director del periódico lo hubiera despedido si no fuera porque en aquella época comenzó a mejorar la calidad de su hasta entonces monótono trabajo.

Un día ella se acercó a la mampara de cristal y la tocó con la yema de su dedo índice. Lucas permaneció unos instantes indeciso y finalmente apoyó la yema del dedo índice en el mismo lugar, de forma que se hubieran tocado de no ser por la mampara de cristal que los separaba. Apoyaron la mano entera, una contra la otra, en lo que se convertiría desde entonces en su particular saludo. Al cabo de un tiempo, ella llegó un día con el pelo revuelto y el rímel de los ojos ligeramente corrido por alguna lágrima rebelde. Lucas posó su mano en el cristal frío, esperando sentir (aunque fuera imaginariamente) la calidez de su mano al otro lado del cristal. Pero ella no posó su mano. En lugar de eso, acercó su rostro al cristal y posó sus labios, dejando una marca de vaho, cerrando los ojos. Lucas la observó sorprendido y sonrojado durante unos instantes antes de unirse enérgicamente a aquel beso separado por el cristal. Tenía esposa y hacía un año había nacido su primer hijo, así que nunca comprendería, o no querría comprender, lo que le llevó a cometer aquel acto de traición irracional. Continuaron besándose a través del cristal durante muchos días, sin que les importaran las miradas extrañadas del resto de la gente. Sus cuerpos cada día se acercaban más y más a la mampara y pronto sus manos no pudieron resistir la necesidad de tocar el cuerpo del otro (a través de la mampara de cristal, como siempre).

Pero esto acarreaba que Lucas llegaba cada vez más tarde al trabajo. Aunque su productividad continuaba aumentando maravillosamente, el director del periódico no tuvo otra opción que despedirlo ante su grave falta de disciplina. Lucas, destrozado, salió del edificio con la cabeza baja y fue a dar una vuelta. Se sentó en un banco de una calle cercana, pero suficientemente lejana para quedar fuera de la vista de la oficina. Comenzó a llorar. Comenzó a maldecirse por haber acabado despedido de su trabajo por una mujer que no conocía, por su cuerpo, por su halo, por su mirada marrón y cautivadora. ¿Cómo había podido dejarse llevar por la locura? ¿Qué le diría a su mujer? Y aún más, ¿qué le diría ella a él? Ella no trabajaba, pues se dedicaba al cuidado de su hijo. ¿Quién le llevaría ahora comida a su encantadora boquita?

Entre sus reflexiones, los minutos fueron pasando, después alguna que otra hora y anocheció. Lucas se levantó sobresaltado del banco cuando se percató de que los últimos rayos de sol ya se habían perdido hace tiempo en el horizonte trazado por los edificios grises (igual que su americana). Su esposa se extrañaría por su tardanza, le preguntaría dónde había estado y tendría que contarlo todo entre lágrimas. Dirigió sus pasos apresurados a la estación. Se consoló por el camino con que se lo tendría que haber contado de todas formas. Entró por la boca dentada del metro, comenzó a cruzar la pasarela de mamparas de cristal y, casualmente, dirigió su mirada al otro lado, por donde habitualmente pasaba la gente que salía de la estación. Sólo que a estas horas nunca había nadie. Pero dirigió su mirada casualmente al otro lado de la mampara de cristal y encontró una mirada marrón y cautivadora, un halo a su alrededor y un cuerpo normal. Era ella. El rímel se extendía por sus mejillas y, como él, tenía los ojos rojos y secos. Como él, había agotado todas sus lágrimas. Sin dejar que la sorpresa rompiera la magia del momento, se corrieron a besarse con fuerza a través del cristal. Comenzaron a acariciar con pasión sus cuerpos, de forma que si hubieran estado en verdadero contacto se hubieran arañado la piel.

Pero esta vez dieron un paso más, un paso que no tendría vuelta atrás. Y ambos los abían. Ella comenzó a desabotonarse los botones de la blusa y él, sin apenas dudar, la imitó con los de su camisa. Después los pantalones y su falda. Su sujetador y sus bragas, los calzoncillos. Quedaron desnudos ante esa inmensa noche de la pasarela de la mampara de cristal, cuando los últimos rayos de sol ya se han perdido en el horizonte trazado por los edificios grises y ya no entran por la boca dentada de la estación de metro. Quedaron desnudos sin que nadie pudiera verlos. Ante ese inmenso mundo que conformaban ellos dos solos. Se lanzaron contra el cristal de nuevo con tal furia que casi lo rompen en mil pedacitos, como sus corazones. Se besaron con furia, se restregaron con furia el uno contra la transparencia del otro en el cristal. Se llevaron casi al unísono su mano al sexo y comenzaron a masturbarse.

-No puedo más, ¡quiero tocarte... de verdad! -gritó Lucas mientras golpeaba con rabia su puño manchado de semen contra el cristal y apoyaba su frente, llorando. Ya llevaban mucho tiempo masturbándose. Ninguno sabía cuánto exactamente, pues en los momentos verdaderamente importantes es imposible contar el tiempo. Se escapa entre nuestros dedos como arena de un reloj enloquecido o permanece en torno a nosotros como un silencio sostenido por una grave nota de piano.

Se percató de que ella no lo escuchaba, la mampara de cristal estaba sellada. Se lo intentó explicar por señas. Ella lo miró arqueando una ceja durante unos instantes y después comprendió lo que quería. Sus párpados se abrieron mucho y en sus ojos marrones y cautivadores brilló una chispa de terror. Negó efusivamente sacudiendo la cabeza. Lucas se quedó perplejo en su amago de ir corriendo a buscarla.

-¿P... por qué? -tartamudeó, sin comprender.

Volvió a recurrir a las señas y ella negó de nuevo con fuerza. En sus ojos podía leer su determinación. Vio escapar a una lágrima rebelde que cayó negra por su mejilla, arrastrando el rímel corrido. Entonces se dio la vuelta, se vistió apresuradamente y comenzó a andar con decisión hacia la boca dentada y oscura de la estación. Lucas creyó que se volvía loco. Comenzó a correr, desnudo, para alcanzarla, pero ella pareció prever que lo haría y se giró de nuevo. Se acercó a la mampara de cristal. Lucas la imitó. Desde los ojos de ambos caía una cascada de lágrimas saladas que iban a formar un charco congelado en la piedra fría del suelo. Colocaron sus manos una frente a la otra. Se besaron (a través del cristal). Ella le dirigió una última mirada suplicante con sus ojos marrones y cautivadores. Él se derrumbó, incapaz como siempre de resistirse a su mirada, y se resignó a permanecer de rodillas mientras la veía girar y marcharse. Se percató entonces de que su corazón estaba hecho mil pedacitos, como casi le había ocurrido a la mampara de cristal aquella misma noche. No lo sabía, pero en realidad se había roto hacía ya mucho tiempo, concretamente la primera vez que quedó cautivado por aquella mirada marrón y normal.

Al llegar a casa, su mujer se echó a sus brazos, aunque él no tenía fuerzas para sujetarla. Estuvieron a punto de caer los dos. No le había cogido las llamadas al móvil (ni siquiera lo había escuchado). No había sabido nada de él en todo el día y eran las dos de la madrugada, cuando normalmente volvía a las 6 de la tarde. Estaba a punto de llamar a la policía cuando Lucas entró por la puerta. Le gritó durante mucho tiempo (su hijo se despertó y comenzó a llorar), pero finalmente, observar las lágrimas y el silencio persistentes de su marido, decidió resignada, enfadada y preocupada, dejar la conversación para el cuando hubiera descansado. No obstante, no durmió en toda la noche, aunque lo fingió para evitar las preguntas de su esposa. Cuando llegaron las siete en punto, su despertador le indicó irritadamente que ya podía abrir los ojos. Se había olvidado apagarlo. Aún así, decidió levantarse, y lo hizo sin emplear ese minuto en tomar fuerzas para incorporarse y afrontar un nuevo día desde las tinieblas de la habitación (como, por otra parte, ya acostumbraba durante el último mes). Su mujer seguía dormida, así que no había problema. Continuó su rutina y llegó al andén al tiempo que el pitido del metro. Se apresuró a subirse y se sentó al lado de la señora mal vestida. Irrumpió en sollozos varias veces durante el corto trayecto. La mujer mal vestida lo observaba de reojo con mirada extrañada. Pero a él no le importaba. Continuó sollozando.

Al llegar, bajó apresuradamente al andén y fue corriendo, empujando a todo aquel que se interponía en su camino y recibiendo así multitud de expresiones malsonantes y miradas extrañadas. Pero no le importaba. Continuó corriendo hasta llegar a la pasarela de la mampara de cristal. Disminuyó el paso pero aún así caminaba rápido, ansioso por verla. Llegó hasta el punto donde siempre se encontraban y buscó con desesperación su mirada marrón y cautivadora, como tantas otras veces lo había hecho. Pero era una desesperación distinta, mucho más profunda, una desesperación que hería su corazón en cada uno de sus pedacitos. Así, buscó desesperadamente durante varios minutos. En vano. Pero su mente no era capaz de admitir que no la volvería a ver jamás, que aquella última mirada de sus ojos marrones y cautivadores había sido la última mirada. Así que siguió buscándola hasta el final de la pasarela. No la encontró tampoco. No debía sorprenderse, ya sabía que aquella última mirada había sido la última mirada. Pero aún así su corazón (cada pedacito) había continuado guardando la esperanza, como siempre se guardan las grandes esperanzas. En un último arrebato miró hacia fuera de la boca dentada de la estación. Una multitud de gente entraba, pero allí no estaba su mirada marrón y normal, su mirada cautivadora. Afuera llovía y él no tenía paraguas.

jueves, 28 de junio de 2012

El vértigo de la vida

Quiero emborrachar a mis labios
para que encuentren otros labios al azar
y juntos se ahoguen entre jadeos
en una festividad ebria de vino y deseos.

Quiero despertar a solas en la playa
tras una noche fornicando estrellas
y escribir mi historia en la arena
con tinta de sudor y semen.

Quiero escupirle a la vida,
arrancar las tiritas de moral y de miedo
que cubren mi cuerpo
y no dolerme por las heridas.

Quiero gritar al silencio
que no es nada, que no soy nada,
que nada vale nada de nada
y no merece la pena preocuparse por nada.

Quiero romper contra el suelo
las estatuillas del tabú supersticioso
que nos impiden salir desnudos a la calle,
que nos impiden ser sinceros.

Quiero asomarme a un precipicio sin fondo
y sentir que mis venas hierven
y sentir que mis ojos lloran de alegría,
sienten el vértigo de la vida.


La noche bañará mi cuerpo con la luna
en una orgía de mentiras, poesía y palabras.
Sobrecogerá a mi cuerpo débil
la belleza de una luciérnaga muerta
en el horizonte
donde mis sueños se estrellarán,
se harán trizas, confeti cristalino de mil colores
que arañará mi cuerpo:
no sentiré dolor.
No escucharé a almas ciertas, a científicos seguros,
escupiré en su religión de números;
suspenderé a todos los políticos
de un mismo hilo escurridizo.
Saltaré al Infierno, me bautizaré con fuego,
mi alma blanca se purificará
con todo lo negro, con las venas de humo,
con los cadáveres podridos
y las historias suicidas de los amantes locos.
Escribiré mis versos en cuartetas
que arderán al instante o volarán
hacia un futuro incierto, que caerán,
como mis sueños sin sueño,
a un pozo sin fin, a un horizonte sin retorno.

Amaré el vértigo.


Nota: La idea del "vértigo de la vida" viene inspirada por el libro "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera.

La rueca del Imposible

Abriré mis venas
para que las olas de lo Imposible
puedan venir a clavar sus garras
una vez más con su espuma de rosas.
Mi sangre será arena;
mi corazón, triste playa varada en el tiempo
a la que llegan las colillas podridas
de los náufragos.
Mi corazón, triste astillero,
entregará a la mar un nuevo barco
con sus velas rojas desafiando al viento
y una vez más creerá que es más fuerte
que sus antecesores.

Rasgaré mis cuerdas vocales,
como una guitarra desafinada entonarán
su canto cien veces ya tocado, ya conocido,
cien veces ya empapado con la lluvia del recuerdo,
con la nostalgia de un horizonte soñado.
Re, Mi, Do, La, Sólo un par de palabras,
al son de los ruiseñores escarlatas,
brotarán de ellas, serán suficientes,
guardarán toda la magia
de hadas danzantes, de enanos y duendes
que entonaron canciones que creían
tener su hueco en la rueca de la vida,
que creían ser diferentes
que sus antecesoras.

Pero las olas de lo Imposible
volverán a arañar una vez más
con su espuma de sangre y amor y lágrimas
teñida de rojo por la arena de mis venas,
de mis ojos rasgados por mis cuerdas vocales secas.
El barco, lo que quede de nosotros, las notas,
tan sólo sus colillas naufragadas,
sus tildes rotas,
vendrán a varar por siempre
a la cenicienta playa de mi corazón
como ya lo hicieron antes cien veces
sus antecesores.

Busqué imposibles

Volqué canicas, escribí una obra póstuma,
giré bocabajo la Tierra, hice rotar el Universo
en torno a una piedra.
Vendí mis pies por zapatos
y avancé hacia atrás,
doblando calles rectas, torciendo avenidas;
trepé por las raíces subterráneas del árbol
y caí al centro de la tierra.
Troté en mi pelícano cuadrípedo
con un ejército de cien mil hámsters
verdes a mis espaldas,
grité en silencio,
lloré sin lágrimas,
sonreí con los pies
y miré con las manos, amé
sólo con el corazón
y con el corazón me quedé solo.
Busqué, en fin, imposibles.
¡Imposibles!

martes, 26 de junio de 2012

Reencuentro con el mar

Mucho tiempo hacía
de mi última visita al mar.
Me recibió con una bienvenida fría
como siempre, pero yo ya estaba acostumbrado a ello.
Nunca me dio bienvenidas cálidas,
no era su forma de actuar.
Le gustaba vestirse de una serenidad
calmosa, otras veces de una rebeldía brava,
pero siempre guardaba ese rostro frío e inexpresivo
ante todo el mundo,
quizá un poco menos a aquéllos
(¿sus amigos?) que lo conocían de hace tiempo.
Pero yo lo amaba de todas formas.
A pesar de sus olas de espuma salada.
A pesar de su rostro frío e inexpresivo.
O, mejor dicho, lo amaba aún más por todo ello.

Mucho tiempo hacía
de mi última visita al mar.
Me recibió con una bienvenida fría,
como siempre,
pero noté una lágrima de alegría
por el reencuentro
que brillaba por un instante
saltando desde la sonrisa de una de sus olas.
Le devolví la sonrisa. Y la lágrima.

sábado, 23 de junio de 2012

El delirio de lo imposible

La noche es magnífica
cuando dejas filtrar en tus venas
su alcohol puro.
No existen las locuras.

Abriría la ventana y lo gritaría
al mundo entero
para que llegara, suave susurro
venido de lejos, a tus oídos.

La distancia se resume
en dos segundos;
el tiempo, en una mirada.
Mis labios cederían a esta locura.
No es tan difícil imaginar
un momento que nunca llegará.

Precisamente por eso imagino.
Es sencillo. No acarrea grandes ejercicios
de pensamientos que agraden a personas grandes.
Ellos no lo comprenden. Me llamarían "estúpido",
me escupirían que son "estúpidas esperanzas vanas".

Les respondería con una sonrisa.
Una sonrisa abierta y amplia
como se abren las flores de primavera.
¡Y aún no lo entenderían!
El regusto salado de la ilógica,
la dulzura de la sinrazón,
¡el delirio de lo imposible!

miércoles, 20 de junio de 2012

Una esperanza vana

Los días pasan. Los exámenes vuelan
y las sonrisas y los abrazos escasean.
El tiempo que deshoja todas las margaritas
va cediendo sus pétalos entre nuestros dedos.
Un amanecer da paso a otro nuevo,
el sol muere para levantarse otra vez
como las flores marchitan para que crezcan otras
de colores aún más vivos.

Las soledades, los juegos se repiten.
También las sonrisas y los abrazos.
Pero jamás los sueños.
Mi corazón ha escrito una canción de cien versos
por cada esperanza vana;
mil, por las que yo dejé marchar.

Pero es innegable reconocer que la vida
tiene un tinte deliciosamente obstinado,
¡es auténticamente maravillosa!
Por mucho que nos pisoteen, que nos humillen,
por muchas lágrimas que derramemos
y aún muchas más para las que no queden
sal o agua,
por muchas palabras que nos arranquen a mordiscos
las curvaturas de los labios (propias o ajenas),
por muchas desilusiones que traguemos,
seguimos levantándonos cada día,
subiendo la persiana y enfrentando al sol
de tú a tú
como una hormiga encara a un elefante,
y seguimos dejando que, de cuando en cuando
y más a menudo de lo que nos gustaría,
alguna esperanza se filtre entre nuestros dedos,
ascienda por nuestras venas malhumoradas
e invada nuestro cerebro o nuestro corazón.
Una esperanza vana, como tantas otras...

martes, 19 de junio de 2012

Las olas

Mis lágrimas son espuma en la noche acristalada
que mece las luces de las farolas.

Hay olas que rompen en mi ventana.
Olas grandes y rugientes, olas de plata oscura.
"Marchad", suplico, la espuma (¿su espuma o la mía?)
forma ya un charco de piedra en el suelo.

Hay olas que se alejan, olas luminosas que se ven
ya pequeñas en la lejanía,
pequeñas aunque sea un gran abismo
el que dejan atrás sus aguas.
"Volved", suplico, alargando el brazo, la mano,
mis dedos. No vuelven. Ya se fueron.

Y aún hay olas que mecen las luces de las farolas,
olas inmóviles, estáticas en su cambio continuo
de encendido a apagado, de luminoso a oscuro,
como si un niño de mano gigante
jugara con el enchufe que conecta nuestros destinos.
Ante éstas guardo silencio. Simplemente,
no hay palabras, no debe haberlas.
Nos observamos. Llevamos ya largo tiempo
observándonos.
Sin que ellas se atrevan a romper o marcharse,
sin que yo decida si alargar mi corazón o murmurar gritando.
Simplemente nos observamos.
Ellas, espuma cambiante, espuma mansa,
en la noche que mece las luces de las farolas.
Yo perdido, olvidado incluso por el azar
entre esos halos donde parpadean y se evaporan mis lágrimas.

miércoles, 13 de junio de 2012

Miedo

No sé qué escribir.
Tengo miedo (vergüenza o como queráis llamarlo)
hasta de contarle mis penas a un papel.
Es bien triste.
El mismo nudo que atenaza
mis garganta al hablar
bloquea mis dedos al teclear
o al escribir.

Es una mierda realmente grande,
la vergüenza humana.
¿Tan difícil era ser sincero?
Pero no, tenemos un miedo
tan enorme al devenir
que las sonrisas se congelan en nuestros labios,
los abrazos se vuelven secos
y los te quiero se los lleva el viento.

Miedo al qué dirán, qué pensarán,
qué harán. Miedo a las sonrisas falsas,
a las palabras de doble filo
y a las esperanzas vanas.
Las decepciones no son agujas en el corazón.
Son piedras que, aún cuando han dejado de doler,
siguen pesando en nuestro ánimo,
lastrando nuestra voluntad.

¡Cuántas cosas perdemos!
¡Cuántas sonrisas sinceras!
¡Cuántas palabras francas!
¡Cuántos abrazos cálidos!
¡Cuántas lágrimas!, corazón, ¡cuántos besos!

martes, 12 de junio de 2012

¿Qué devolverle al mundo?

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
("Palabras para Julia", José Agustín Goytisolo)

Me siento vacío.
Trazo líneas de piedra sobre mi vida
que esbozan un cuadro sin sentido.
Escribo historias prohibidas
y dejo muchas otras atrás.

Añoro el tiempo donde las cosas
eran sencillas.
Una sonrisa, dos palabras
o un caramelo
tenían ese hálito reparador
que sanaba el mundo entero.

Pero hoy las cosas han tornado distintas.
Miro hacia afuera de la ventana
(mis propios ojos)
y veo niños con ojos secos y cuadrados,
veo jóvenes que lloran injusticias y gritan
y personas grandes que caen hambrientas.
Veo odio, envidia, avaricia y corrupción.
Prohibiciones, injusticias, dinero y sogas.

¿Y qué tengo yo para devolverles,
para frenar este impulso arrollador
que me arrastra "como un aullido interminable"?
¿Dónde picar con sudor y sangre
para desenterrar un gramo de esperanza?
La familia, sin duda, siempre está ahí.
¿Los amigos? Tres o cuatro
me tienden aún la mano.
Sigo guardando las lágrimas, a oscuras,
cuando nadie me escucha,
por los que se fueron.

Cuando llegue mi turno de entrar en la oficina
y marcar la casilla
que marca qué regalo quieres hacerle al mundo.
¿Qué podré devolver yo?
¿El sudor de mis manos?
¿La ciencia en mi mente?
¿El amor de mi corazón?
¿Mis versos, acaso, mis versos?

jueves, 31 de mayo de 2012

Día a día

Día día siento cómo caen
todos los pilares que había levantado.
Un abrazo, media sonrisa y dos palabras
son frágil despedida.

Día a día empiezo de nuevo
una misma lucha distinta
contra mí
que sólo yo pierdo.

Y me pregunto hasta cuándo
giraré la ruleta para encontrarla,
la suerte o a mí mismo,
cuándo tornará la balanza
donde pesé mi corazón
frente a una pluma.

martes, 29 de mayo de 2012

Fotografías con palabras

Al principio, intenté elevar mis versos
al panteón de los eternos, los universales,
al canon de la perfección.
Se precipitaron por las escaleras
y quedaron espatarrados contra la pared.

Entonces comprendí que no hace falta elevar
a grandes ideales los simples versos.
La poesía está escondida en las acciones sin sentido,
en los sucesos banales y las cosas vulgares.
Todo tiene su misterio si se observa
con el sentimiento adecuado,
si se piensa con el corazón.

Obviamente, estos versos nunca serán
eternos,
universales.
Nadie los comprenderá excepto yo
(ni siquiera totalmente)
y quizás algún que otro amigo.
No importa.
No buscan ser recordados.
Tan sólo buscan fotografiar con palabras
este o aquel momento concreto.
Y la perfección no existe,
así que las fotografías tendrán,
inevitablemente,
cierto ruido de acciones sin sentido,
de sucesos banales y cosas vulgares.

Hay días que sientes...

No tengo miedo a la noche dorada
en que sé que todo saldrá bien.
Hoy, ahora, podría conquistar el mundo.
Así lo siento.
Pero me da un poco de pereza,
así que me acostaré pronto.

jueves, 24 de mayo de 2012

No he conseguido olvidar

Bailé con su mentira
entre el alcohol de la noche y las estrellas,
escuché su locura en una mirada
y comí hasta hartarme
de un plato en el que servían su risa.

Y ahora caigo a la calle,
mendigo de una ilusión,
aspirante de un sueño imposible,
con la impotencia de una mota de polvo.

No bebí lágrimas ni lloré sonrisas
tampoco.
No hizo falta: mis labios estaban secos,
presos de una ausencia de otros labios.

Aún no he conseguido olvidar, es cierto,
aquella noche que pisoteé las flores
de aquella calle
sin darme cuenta,
sin percatarme apenas
de que mis pasos me llevaban por un camino
donde muchas cosas quedaban atrás,
muchas.

miércoles, 16 de mayo de 2012

A todos los ciegos que no quieren ver

La tinta fluye rápido.
Tiene prisa por evitar
que la noche cierre mis párpados.

Muchas veces me preguntaron quién era,
qué verdad se escondía detrás de este rostro.
La respuesta es sencilla: poesía.

Sí. Hace falta ser poeta para desentrañar
mi alma.
No es algo tan difícil.
Hay muchos más poetas de lo que la gente cree,
pero tienen vergüenza de admitirlo
o, mayormente, no lo saben.
No es algo tan difícil.
Todos lo somos, a veces.

Así, hace falta ser poeta para desentrañar
mi alma, igual que es necesario
ser persona para desentrañar mis poemas.
Y es que mi esencia está escrita en cada palabra,
en cada verso. Pero no en la palabra misma
o el verso. No hay que ser literales.
Literalmente, nunca se comprende nada.
Mi esencia está guardada en su poesía,
a la vista de todos los ciegos que no quieren ver.

Podría seguir escribiendo.
La luna aún no cierra mis versos
y mis ojos chapuceros fluyen rápido.

Anhelo comprender la vida.
Comprenderla en su esencia y en su ausencia
de la forma más pessoana de todas.
Las cosas son, sin comprenderse.
Son por el hecho de ser
pero pierden su esencia al comprenderse.
La esencia de las cosas ocultas.
Todo, cada parte ínfima del mundo
(y también todo), sigue siendo un misterio.
Qué remedio. ¡Y qué alivio!

Es muy fácil hablar, así y ahora
bajo el misterioso influjo de la luna
de estas cosas. Escribir palabras
malsonantes para oídos afilosóficos
o apoéticos. Es muy fácil fingir
que sé de lo que hablo.
Que comprendo mis propias palabras.
¡Ja!
Mis palabras guardan, oculta para los ciegos
que no quieren ver, mi propia alma,
mi propio yo.
¡Y nunca aspiré a comprenderme!

jueves, 3 de mayo de 2012

Tipos de calles

Las calles de adoquines desnudos
claman un hondo silencio.

Se deshielan poco a poco,
llorando por el invierno,
las calles de cemento mojado.

Las calles de semáforos pintarrajeados
sonríen por igual a peatones y coches.

Vomitan los cuervos las cenas
de hambre
en las calles de bares olvidados.

Otras, las calles de pies lácteos,
se estremecen
como tiemblan las estrellas
cuando la Tierra estornuda.

La vida

La vida es un ir y venir
de escritos que claman por ser impresos,
de gotas de lluvia que cantan a los domingos
y escobas que se disfrazan de lobos.

La vida es un sinfín
de recuerdo almohadillados por el polvo,
de imágenes sin tiempo de estufas
en invierno.

La vida es un cuento colorado
de hadas brillantes
y monstruos de cemento,
de sonrisas dulces
y puñaladas sin aliento.

La vida escapa y vive
en las notas de los pianos
cualquier noche de Tierra llena.
Y es que vive en la Luna,
compartiendo teléfono por cable
(entre los cielos y las nubes)
con la planta de judías mágicas
por la que ascendieron E.T. y el Principito.

¡Ja, ja, ja!
Su risa cristalina se escucha aún en todos los lagos
donde viven su vida las sirenas
y los gatos.

viernes, 20 de abril de 2012

Nunca hubo palabras

Fue mi último disparo
de un revólver sin balas,
mi esperanza escupida a la acera
sin amor ni alas.

No sé por qué hubo de hundirme tanto
aquel silencio
si, en realidad, ella nunca dejó de guardar
aquel silencio

Donde las miradas valían más que mil palabras.
Donde los labios secos, inmóviles,
valían más que mil miradas.
Donde el silencio valía
más que mil sonrisas, inmóviles, sin sonrisa,
más que mil besos de vacío agrietado.

Silencio. Siempre fue el mismo silencio
de palabras que no significaban nada.
Palabras muertas y, a veces también,
sonrisas muertas
servidas frías, como entrante
para los abrazos amargos.
Nunca hubo, realmente, palabras.
Fue todo una ilusión de los pitidos
del ordenador
y el rugido monstruoso de un autobús en marcha.
Nunca hubo palabras.

Entonces, no sé por qué disparé aquella última balla
de mi revólver sin balas
contra mi alma de esperanzas cementadas
sin amor ni alas.
No sé por qué me sorprendió
encontrar nada detrás de la nada
como quien abre un baúl antiguo
a sabiendas de que está vacío
y grita al no encontrar recuerdos.

Ahora ya me aburre tener esperanzas.
Me cago en las sonrisas y escupo
en los abrazos amargos.
Muerdo las manos tendidas, hipócritas,
y araño el silencio
hasta que mis uñas lo desgarran
con chirridos de un baúl antiguo
que mis lágrimas abren.
A sabiendas de no poder encontrar recuerdos
porque no hay nada detrás de la nada.

Nunca hubo palabras.

miércoles, 4 de abril de 2012

La curvatura de una sonrisa

Añoro
del verano esos días
donde el tiempo no existía
y cada instante transcurría
como si jamás fuese a acabar.

Y ahora lloro
por los vasos de sonrisas
que dejamos a mitad,
por esas noches perdidas
que encontramos en un bar.

Guardo
la nostalgia ininterrumpida
en una carta de noche en mi mesita,
en un trago de tequila
escrito en versos de amistad.

¡Grita!
El sol aún guarda en su memoria
la historia de nuestras almas tendidas
en la arena.
Y las noches de luna llena.

¡Grita!
Por todos los abrazos que diste sin dudar,
por todas las rosas que arrugaste en el mar,
por todas las veces que prometiste no llorar
y susurraste palabras tristes sin pensar
que tu mirada nunca había dejado de brillar
y en tus labios aún se podía vislumbrar
la curvatura de una sonrisa.

Palabras al miedo

De un artista inconcluso al miedo,
al pánico escénico:
Me quedé sin palabras.

Culpa

Escribí (no diré "de noche")
y entregué mis lágrimas al azar
para que me tiraran las cartas.
Encontré piedras en el camino
y las pateé
con la violencia del óxido que se desprende de los coches
abandonados.
Tomé en mis manos un diente de león
y, en vez de soplar para iniciar su vuelo,
aspiré hacia dentro y tragué
mis propios sueños.
Siempre estuvieron pintados en la pared,
como bellos graffitis de un artista incomprendido,
y yo mismo los arranqué,
sin pena ni gloria, con mis propias uñas,
y a lametazos y mordiscos
los condené al olvido.

Y si ahora me arrepiento de todo aquello,
si ahora relato o versifico (sin pensarlo
en realidad apenas),
escupidme a la cara.
Sé que es mi culpa. Lo sé.
Escupidme.
Fue mi culpa,
como siempre.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Blanco


La historia ha terminado, pensé el primer día que acudí al prostíbulo. La lluvia repiqueteaba en la ventana.

Yo siempre fui un niño particular. En el colegio, sólo algún compañero compasivo que aún no me conocía me hablaba los primeros días de curso. Pronto se cansaba. Era normal, pensaba yo, soy mucho más inteligente que ellos. Me tomaban por rarito. No me comprendían.

Si le contara esto algún psicólogo, me diría que mi infancia fue, sin duda, traumática. Le achacaría muchos de mis males. Pero yo no estoy interesado en psicólogos. De hecho, mi enfermedad empezó mucho antes de todo aquello. De cualquier forma, pasé los primeros años de mi vida solo. Mis esporádicos intentos por evadirme de mi realidad resultaron siempre infructuosos. Aún recuerdo con cierta sorna el día en que intenté practicar deportes como el resto de niños... Ja, ja, ja.

Después de cada fracaso, bordaba en torno a mí un escudo aún más protector y aislante que el anterior. Yo era más inteligente que ellos. Así, fui abandonando aquellos intentos y postrándome en mi soledad contemplativa del mundo como sólo los niños saben hacerlo. Aprendí pronto a desenvolverme con soltura por las calles de mi barrio y no esperé mucho más a dar habituales paseos por ellas. Creo que fue entonces cuando comenzó mi obsesión por los colores.

En mis largos paseos (siempre por las mismas tres o cuatro calles), solía detenerme a pensar sobre los distintos colores de la acera, la hierba, los árboles, los coches o los semáforos. Era sorprendente imaginar cada uno de sus minúsculos detalles y cómo cambiaban de un instante a otro. Los días de sol, las cosas adquirían sus colores más vivos y claros; los días de lluvia, ese regusto salado y metálico de la melancolía. Los días tristes irradiaban oscuridad y crueles miradas y los días monótonos simplemente se esforzaban por permanecer desapercibidos.

Pronto, sin embargo, comencé a extender mi obsesión por los colores más allá de los colores, de lo puramente visual. Leí muchos libros sobre ellos en los que los explicaban detallando sus propiedades físicas. Pero uno no puede imaginarse el amarillo como una onda electromagnética de seiscientos nanómetros. Así pues, continué sin comprenderlos mucho tiempo, hasta que se me ocurrió una idea brillante. Los asociaría con percepciones de otros sentidos o con conceptos abstractos. Al fin y al cabo, era más o menos lo que había hecho siempre, aún sin quererlo. Era inevitable, ¿de qué otra forma hubiera podido imaginarlos?

Así, una pareja de enamorados o una emoción intensa podría describirse sin lugar a dudas con el color rojo. El amarillo irradiaba luz y alegría, felicidad intensa y pura. El rosa era dulce y suave, el naranja intenso, el morado amargo y el marrón monótono. El verde era el color de la naturaleza y la esperanza, mientras que el azul del mar era melancólico y arrastraba a nuestras mentes a soñar. El gris transmitía una honda tristeza, al tiempo que a veces un sentimiento de artificialidad. Por último, el negro era el color de la maldad, del odio. Pero hay un color que jamás he llegado a imaginar: el blanco.


Aquel día, quedé por la tarde con mis amigos para tomar unas cervezas. Quizá os sorprenda, pero sí, había abandonado (al menos hasta cierto grado de educación) la soledad contemplativa en la que me inmiscuí de niño. Me di cuenta de que no era ta difícil simular que no era más inteligente que los demás, dejar la prepotencia a un lado y volver a tener amigos. Seguían tratándome de forma un tanto especial y a menudo se quedaban sin palabras ante mis rarezas. Desde luego, nunca llegaría a encajar del todo en el grupo y jamás tendría aquello que todo el mundo tiene: un amigo en el que confiar, al que contarte todos tus secretos. Prefería guardármelos para mí mismo. Pero al menos tenía un grupo con el que ir a pasar un buen rato y liberar alguna carcajada.

Salí de casa y sentí en mi cara algún rayo de sol que se filtraba entre la capa de nubes que el hombre del tiempo de la 1 había predicho. Vino a mi nariz un olor conocido y querido. El cielo se iría oscureciendo a lo largo de la tarde y acabaría por llover. Pero hasta entonces aún quedaban algunas horas. Comencé a andar calle abajo. Los semáforos estaban resecos y amarillentos, así como los coches. Ellos también agradecerían la lluvia. Al doblar una esquina, escuché los susurros rojos de dos jóvenes, provenientes del banco que tenía un trozo de madera suelto. Ellos no agradecerían la lluvia. Continué caminando mientras los colores se esforzaban por pasar desapercibidos, pues no podía quitarme aquel sentimiento de la cabeza. Jamás había sentido amor.

Llegué al bar y sacudí la cabeza antes de entrar para dejar fuera aquellos turbadores pensamientos. Sin siquiera verlos, encontré a mis amigos por sus voces (o, mejor dicho, gritos). Los reconocí uno a umo por su timbre. El de Manuel era un poco más verde, el de Jorge más apasionado y rojo, pero Lucas siempre había sido el más soñador y en su voz se podía entrever el azul trazando letras y palabras. Me senté en la silla que me habían reservado. Sabían que siempre llegaba tarde, así que no me esperaban fuera del bar, pero me guardaban sitio. Yo tampoco se lo agradecía. Eran cosas del día a día. Y las cosas del día a día nunca se agradecen.

Su conversación me ayudó a dejar de lado a los amantes. Hablamos de nuestra semana, el trabajo, la política (era el tema preferido por Jorge y siempre acababa gritando) y fútbol. Las cosas marrones de las que habla cualquier persona marrón en un bar marrón, tomando cervezas marrones. La única incertidumbre es por qué seguimos siempre todos hablando de las mismas cosas marrones, por qué no nos cansamos y cada vez que abordamos una y otra vez un mismo tema marrón en el que se han producido apenas pequeños cambios, nos enfrascamos en una conversación naranja muy intensa.

Sea como fuere, la tarde fue pasando poco a poco sin que nadie intentara darse cuenta. Creo que fue Manuel quien propuso abortar nuestra reunión porque afuera comenzaba a oscurecer. Quizá fuera sólo el manto de nubes negras que el hombre del tiempo de la 1 había olido cercano a llegar. Poco importaba. Cualquier excusa vale cuando el propósito es querido por todos. Y nadie quería alargar más el momento. Alargarlo hubiera podido significar llegar a aburrirse y romper así ese ligero equilibrio azul en el que se basan todas las relaciones.

Salimos fuera del bar y nos despedimos con un apretón de manos amarillo y una sonrisa amarilla. Prometimos quedar mañana, aunque seguramente tardaríamos unos cuantos días más. Pero había que guardar el ligero equilibrio azul. Yo comencé a caminar hacia casa. A mitad de camino, comenzó a llover como yo había previsto. Se intensificó y tuve que resguardarme en un portal. Todo estaba cobrando ese tinte azul melancólico del que proveía la lluvia y su repiqueteo frágil y constante. Me quedé esperando que amainara y volví a escucharlos. La misma pareja de amantes sentados en el banco que tenía un trozo de madera suelto. Llovía pero ellos no lo notaban. Yo seguía escuchando sus susurros y gemidos de amor de un rojo inimaginable, tintados de azul melancólico.

La lluvia comenzó a resbalar desde mis ojos hasta caer al suelo. Me percaté de que estaba a cubierto y aquello no podía ser lluvia. Antes de que intentara darme cuenta, estaba corriendo. La lluvia se mezclaba con mis lágrimas y gemía, pero eran gemidos grises por la respiración acelerada por la carrera. Acabé llegando ante una puerta con numerosas luces de colores brillantes. Entré. Estaba empapado y seguramente el empleado que atendía me dedicó una mirada de reproche mientras me daba la “bienvenida”.

Era la primera vez que estaba en un prostíbulo y no sabía cómo actuar. Oí a mi derecha música y voces al otro lado de lo que sería una pared y una puerta, pero no era aquello lo que buscaba. Me acerqué al hombre.

-Quería una mujer con la que pasar un buen rato -le dije. No sabía cuáles eran las fórmulas apropiadas para situaciones como ésa-. No tengo reparo en gastar dinero.

-Perfecto, estoy seguro de que cualquiera de mis chicas complacerá excelentemente su deseo, señor -me respondió con una sonrisa gris-, pero si me permitís la sugerencia, os llevaré ante la mejor.

Seguí a aquel hombre gris hasta una habiación gris. Me presentó a Rosa y se fue cerrando la puerta.

-¿Por qué me has elegido a mí? Nadie me quiere. Soy la más fea -fueron sus primeras palabras.

Reí. Rosa, qué paradójico. Posiblemente malinterpretó mi risa. No me importaba que el hombre gris me hubiera engañado. Ya lo esperaba. Tampoco tenía intención de responder a Rosa. No había ido allí a hablar. Aceptó mi silencio con resignación y observó cómo avanzaba torpe pero ansiosamente hacia ella, chocándome con diversos obstáculos. Se sobresaltó. Acababa de comprenderlo todo.

-¡Coño! Eres ciego...