Vosotros tenéis relojes, nosotros el tiempo. (Proverbio africano)
El ciempiés y yo ya somos buenos amigos así que hoy ha venido con nosotros a visitar a mi familia de Salamanca, en el coche ha tenido que agacharse un poco pero al final no ha sido mucho problema y hemos llegado a casa de mis abuelos. De la casa lo que más le ha llamado la atención es el reloj electrónico de la cocina. Antes de seguir relatando la historia he de introducir primeramente una descripción del reloj electrónico ya que de otra forma no se entenderían los inusuales acontecimientos que han sucedido.
El reloj electrónico de la cocina de la casa de mis abuelos nunca ha dado la hora. No la hora correcta quiero decir o al menos la que hasta ayer podría haber sido la hora correcta. Pero no entro aún en la historia. Nunca ha habido ningún problema con que el reloj electrónico de la cocina no diera la hora porque en la pared de enfrente hay un reloj analógico tradicional puntual. Pero tampoco podemos decir que el reloj electrónico fuera un elemento de decoración, su cuadrada negrura con números rojos y cuadrados separados por dos puntos intermitentes cuadrados y rojos no agradan particularmente a la vista así que resulta inquietante que nadie haya reparado nunca en el reloj electrónico de la cocina de la casa de mis abuelos (que no encaja en el amueblado anciano que lo rodea) y lo haya colocado en un lugar más apropiado o al menos haya ajustado la hora. El reloj ha estado siempre ahí, tictaqueando sus propios segundos, recorriendo sus propios días.
Pero parece que esta vez el reloj electrónico de la cocina de la casa de mis abuelos no sólo tictaqueaba desfasado sino también a distinto ritmo. Es natural que mis abuelos no se percataran al fin y al cabo nadie se da cuenta de las cosas cuando suceden a un ritmo suficientemente lento como el crecimiento del cabello o de las uñas o el paso o no paso del tiempo. Pero mis tíos habían estado hace pocos días y también nosotros pasamos por alto la deriva senil del reloj sólo el ciempiés (quizá por nuevo) se dio cuenta y me lo dijo.
- Siempre ha ido mal - el argumento podrá resultaros hilarante pero en cualquier caso es común decirlo de las cosas que van mal.
El ciempiés señaló quizá acertadamente que era una obra de arte.
Al día siguiente me levanté. Me sorprendió que todo estaba aún oscuro y cuando salí al pasillo vi a mi abuela andando perfectamente hacia atrás como cuando se rebobinan las películas me saludó:
-Ranec sereiuq is euq ogid.
-¿Qué?
-¿Ranec sereiuq?
Asentí levemente como se asiente cuando no se comprende y seguí a mi abuela caminando perfectamente hacia atrás por el pasillo. Me froté los ojos y entré en la cocina donde estaban mis padres recogiendo la comida de los platos hasta que quedaron completamente limpios sin necesidad de lavarlos, guardaron los platos y siguieron a mi abuela todos caminando perfectamente hacia atrás por el pasillo.
-Oiram, odnarepse somabátse et.
Me giré, me di cuenta de que estaba el ciempiés por su risita mojada de insecto mientras señalaba el reloj electrónico. Parpadeé intentando despertar en aquel caos indescifrable me giré de nuevo hacia el ciempiés con una pregunta sintiendo ya el vértigo de los labios y volvió a hacer un gesto en dirección al reloj electrónico: acababa de pasar un minuto hacia atrás.
Cuando salimos a la calle para comprobar que era un fenómeno global ya había desanochecido y el sol salía por el oeste. La gente en la calle también caminaba perfectamente hacia atrás y cuando paré a un señor para preguntarle la hora me miró con el ceño fruncido, dijo algo al revés que no pude descifrar y siguió caminando hacia atrás con el semblante ya más relajado. No sé cómo me verían ellos (digo el resto esos locos que viven acordes al reloj) pero cuando desamaneció al amparo de la noche aquella pandilla de gamberros me dio una tremenda paliza y cuando recuperé la consciencia entre dolores el ciempiés me dijo que ya no todo iba hacia atrás sino que iba hacia atrás un rato o unas horas y después hacia adelante un rato o unas horas y así el sol se ponía y se quitaba casi a su antojo, siempre en un tango opuesto a la luna.