martes, 27 de enero de 2015

El Padrino

- Buenas tardes. La operación ha sido un éxito. Hemos dado un golpe que las Grandes Familias no podrán revertir: no ha quedado ni uno vivo. Los Campazzo han protestado cuando se han enterado, pero cuando mis hombres han borrado del mapa a Paolo han dejado de piar.
- Muy bien, muy bien... Buen trabajo.
-Gracias, Padrino.
- Siempre te he tenido en gran estima, Giorgio. ¿Sabes? Justo estaba pensando si de verdad esto tenía un sentido.
- ¿Esto? ¿A qué se refiere?
- A la mafia, el crimen, los negocios...
- Pero qué cosas dice, Padrino.
- No, no, lo digo en serio. Estas cosas siempre acaban mal. ¿Por qué seguimos, Giorgio? Siempre llega un día en que todo se viene abajo y otros pasan a ocupar tu lugar. Lo que viene rápido, rápido se va. Y todo viene rápido en nuestras vidas, Giorgio, y rápido se irá.
- ...
- No me juzgues. Con la edad uno acaba pensando en estas cosas, ¿sabes? Es un poco como la vida. O más que un poco. ¿Por qué, si todo se acaba, si tenemos la certeza de que todo se acaba, por qué seguimos? No tiene mucho sentido mirado así, pero hay que intentar dárselo... No me mires así, muchacho, no quiero compasión, no ahora. Si has venido a matarme... Guárdate esa mordaza, coño, déjame que al menos sea digna. Y rápida. No gritaré, no suplicaré.
- ¿Ya sabías que venía...?
- Lo he leído en tu cara, hijo, sabría que este día llegaría... Pero te decía, no te cuento todo esto porque hayas venido a matarme. Mátame. Si te cuento esto es porque uno al final de su vida hace cuenta de lo que le ha quedado por decir, por hacer... Y para hacer es tarde, pero decir siempre se puede. Y ahora ya...
- Lo siento, Padrino...
- No, no es bueno sentir en este mundo.
- Yo...
- Joder, que no  quiero explicaciones, Giorgio, si no las habría pedido. Yo hubiera hecho lo mismo en tu lugar. El negocio es el negocio. Y ahora ya... No te esfuerces, sé un poco hombre y calla. Las putas palabras siempre estropean las despedidas.

domingo, 25 de enero de 2015

Esta noche he soñado contigo
He vuelto a encontrarte
Con tus labios ágiles y el sol de tus ojos
Que caía en rayos dorados sobre tus hombros
Después he vuelto a perderte
He vuelto a buscarte y a no encontrarte
En las líneas del pavimento
Donde ya no estabas
Estabas bien lejos de este cielo de nubes

Escríbeme
Sólo te pido la palabra
No ya esos artificios con que se llenan los amantes
No, sólo la palabra
Sólo despertarme con tu palabra

Que ruja la luz a través de las persianas
Que griten los coches y las muchedumbres
Y bombardeen con músicas extrañas mi cabeza
Yo no voy a levantarme
Me niego a levantarme hasta poder
Despertar con tu palabra
Con tu palabra doliente

Y reabrir las heridas
Y que por fin salga toda la sangre a borbotones
Hay mañanas en que uno necesita sangrar
Y gritar más fuerte que la luz
Para seguir adelante

Llevo casi treinta versos para pedirte
Escríbeme
Aunque sean pocas palabras y mucho silencio
Callar y hablar Siempre fue un poco lo mismo
Tengo la vaga conciencia
De haber tenido ya todas las conversaciones contigo
Quizá estábamos borrachos
Quizá no ha llegado aún el momento

viernes, 16 de enero de 2015

Machete en mano

Esta herida nuestra
Ya anclada a tu presencia y la mía
Nosotros condenados a abrirla
Y reabrirla
Machete en mano

Un pájaro herido en el camino
Ha perdido un ala
Se tambalea echa a volar
Con la otra ala

jueves, 8 de enero de 2015

El ciempiés I - Nocturno

Nota del autor: Llevo aproximadamente una hora escribiendo y el gran ciempiés que me obliga a gritos a seguir haciéndolo paradójicamente ha ido devorando todo hoja a hoja tan pronto como terminaba de escribirlas. Ahora que acaba de caer dormido, aprovecharé para proseguir mi relato de esta noche recién pasada, pero no puedo garantizar que el ciempiés no despierte y después vuelva a dormirse, así que habéis de perdonarme si encontráis partes inconexas en la historia. Son las seis de la madrugada.

- Somos como hombres lobo - dijo -. Cantamos a la luna cada noche, pero no importa si está llena o vacía como nuestras botellas.

Me gustó la idea, así que me sumergí en el batido de música electrónica y cuerpos de la discoteca. Me acerqué a una chica rubia que me pareció pintada como en un cuadro de Van Gogh y laceramos nuestros cuerpos con la fricción o ficción del olvido.

En algún momento encendieron las luces y, como seres nocturnos, nos dirigimos hacia una salida y vuelta a la oscuridad. Afuera caían copos de cemento y la gente corría a los coches, los taxis, los autobuses, sus casas, todos empapándose de esa sustancia gris y pegajosa. Yo me refugié del cemento bajo un balcón del edificio, junto a una chica que daba una profunda calada a un porro.

- Los escritores como tú perdéis la cabeza vomitando y vomitando ruido en vuestros cauces de tinta, sin reparar en que, en el fondo, sólo perseguís el silencio - me dijo.

Acabamos en su casa, desatando los segundos, rompiendo ese ansiado silencio entre besos y gemidos de los muelles de su cama, que sonaban a sexo viejo. Ya después, cuando las sábanas habían crecido como enredaderas en torno a nuestro cuerpo, hubo un instante en que nos unimos a través de la piel, como dos gotas de agua se juntan, y ella me vertió sus verdades y yo le vertí las mías.

Estaba de nuevo en la calle y me sucedieron varios acontecimientos insólitos en la vuelta a casa por caminos desconocidos que ni vi ni recuerdo. Había dejado de nevar cemento, así que las calles ya estaban puestas y casi repuestas de la noche de excelsos excesos. Aún se respiraba el aire limpio y frío previo al amanecer, pero de vez en cuando alguna bestia mecánica temprana aparecía rugiendo a cachivaches y abriendo heridas en la oscuridad con sus ojos brillantes, y después se perdía de nuevo devolviéndonos (digo, al ciempiés y a mí) el silencio limpio y frío, como si sólo hubiera sido una perturbación ocasional y después lo hubiera engullido la vorágine de olvido y hubiera pasado a amanecer en otro mundo, quizá en otro universo.

Un gran problema de nuestro tiempo es que todos conocemos el mar

Un gran problema de nuestro tiempo es que todos conocemos el mar. Que nos hemos acostumbrado a las maravillas cotidianas y no hay nada que nos sorprenda.

En otros tiempos, cuando alguien nacía en el interior no conocía el mar hasta que, ya crecido, llegaba a verlo con sus propios ojos. Esa vasta inmensidad azul que no tiene fin, que se funde con el cielo en lontananza y a nuestros pies se deshace en espuma, imagino que causaba entonces una gran impresión en él o ella.

Hoy, quién más, quién menos, ha viajado a tempranas edades y, si no, ha visto el mar y muchas otras cosas en la televisión o internet. Estamos acostumbrados a las selvas, a las sabanas, a los bosques densos, a los desiertos, a las montañas y los valles y el mar. Están todos los días en esos documentales aburridos que nadie ve, porque lo tenemos ya todo bien visto, porque su belleza no nos impresiona.