Vuelan de todos los colores pájaros de hierro,
vuelan en su triste pasar por violentas ráfagas,
vuelan rápidos, vuelan negros.
Al mismo tiempo se funden en mi trivial mirada
en verdes gotas del llanto del cielo,
en los cristales de mi ventana.
El viento ruge y las arrastra y las mece,
como a los granos de arena en la playa,
para abandonarlas descuidadamente.
Pero los pájaros no se dan por vencidos,
los pájaros vuelven,
retoman su camino.
De ira recubren su ya oscuro halo
y se someten vagos a su destino,
guardando el llanto en tarros olvidados.
Corroe sus cuerpos el llanto ácido
pero, sin darse cuenta y cansados de no hacer nada,
siguen sus absurdos cánticos.
Entre la masa de plumas negras sueñan alcanzar un lugar
grande,
un desierto árido,
donde, aunque no lleven a ningún lado, sus vuelos canten.
Y vuelan, estúpidos y negros, olvidados,
para desplegar, tomando entonces de la muerte parte,
en el cielo sus alas negras y en mi ventana su canto.
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