I
No puedo olvidarte.
Pasan los días y sigo guardando en mi memoria
de la misma forma esos mismos ojos azules, ese cabello rubio
y esa misma forma de sonreír y de moverte
que te cubrían de ese misterioso halo brillante
allá en Oxford.
Sigo recordándote, allá en Oxford bajo el árbol gigante
cuyas hojas caían dulcemente sobre tu cuerpo
mientras charlabas con tus compañeras.
Allá en Oxford, en la barandilla donde un día caí al suelo
y después conversamos, aquella que daba paso a las clases
(esas en las que tanto observaba tus labios rosas
deslizándose sobre el aire mientras hablábamos).
Sigo recordando. No puedo olvidar.
¿Cómo? ¿Todos aquellos sueños?
¿Todas las veces que me decidí a hablarte sin conseguirlo,
que me decidí a tocarte sin manos,
que me decidí a besarte y no tuve labios?
Y todas las veces que soñé con despertarme
y sentarme a desayunar, sin vergüenza, a tu lado
(allá junto al árbol gigante, la barandilla y las clases)
y acercarme a ti y susurrarte lo que sentía al oído
(palabras de amor demasiado olvidadas).
Y mirarte a los ojos y perderme en ese azul inmenso
y acariciar tu cabello, entrelazar nuestras manos
y unir nuestros labios en un beso
mientras juntos nos alzábamos hacia el radiante cielo,
elevados por un secreto manto de nubes blancas,
y, con nuestros dedos índices unidos, rozábamos el Sol.