Hubo un día en que puse un lazo a la palabra "imposible". No recuerdo ya cuándo, pero sé que fue hace mucho tiempo.
El primer lazo, como todos los primeros lazos, fue bastante simple. Una cinta roja con un poquito de brillo. No era gran cosa, pero no hacía falta gran cosa. Poco a poco fui cambiando aquel primer lazo por otros más brillantes y ostentosos, más importantes. Tampoco fue nada que hiciera intencionadamente. Simplemente, muchas veces el tiempo habla más alto que nosotros.
Así, fui envolviéndola en un halo misterioso, incluso místico, hasta que casi fue demasiado tarde. Hasta que ahora ya es demasiado tarde. Hoy, ya todas mis acciones van directas a buscar la imposibilidad del momento, del lugar y las personas. Lo siento. Ahora bien, os aconsejo nunca mirar del revés la palabra "imposible" (con todos sus lazos y halos brillantes). Es demasiado bella. Demasiado misteriosa. Demasiado "imposible". Quedaríais absortos.
Pero os contaré un secreto. No sé si es mentira, pero poco me importa. ¿A quién le importa la verdad? Sólo a las personas serias y cuadradas, a las personas grandes. Os contaré un secreto: no creo en la palabra "imposible". Es más, os contaré otro: sé que la palabra imposible no existe. Es, precisamente, la única palabra que no existe. La única palabra imposible. Y os diré por qué.
Hace tiempo, los números, utilizados por las personas equivocadas, buscaron cuadratizarlo todo. Y lo consiguieron, en cierta medida, en nuestras mentes. Rompieron los puentes entre una realidad y otra. Buscaron separar y organizar todas las cosas con sus esquemas de cemento. Pero nadie es perfecto, ni siquiera los números.Así pues, hubo cosas que perdieron en ese afán destructivo por ordenarlo todo, cosas que tiraron al barranco al cortar los puentes. Pero lo peor es que, sin ningún remordimiento, callaron (así son los números en manos de las personas equivocadas: fríos y calculadores). Hicieron una asamblea de números y acordaron que nadie podía conocer su fallo, les perderían el respeto divino que les habían tomado. Por lo tanto, crearon la palabra "imposible" para referirse a todas las cosas que sus mentes cuadradas perdieron. Y nos convencieron de que esas cosas no existían, eran imposibles.
Pero dejad por un momento los números a un lado. Olvidadlos. Cerrad los ojos, poned la mente en blanco. Sé que es difícil, la sociedad científica nos corrompe desde que nacemos con su educación rígida y sus esquemas de cemento. Pero intentadlo. Por favor, cerrad los ojos...
Bien. Ahora que ya los tenéis cerrados, os pregunto una cosa: ¿Creéis que nuestra mente puede idear o acaso imaginar cosas inexistentes, cosas "imposibles"? ¿No es una estupidez demasiado paradójica? Nuestra mente, que existe, no puede generar cosas que no existan. Igual que los tomates no generan lechugas sino tomates. Así es la naturaleza y hemos de respetarla y aceptarla. Es más sabia que nosotros.
Así pues, hemos de aceptar que todas las fantasías de nuestra imaginación pueden existir. Que todas nuestras esperanzas vanas pueden hacerse realidad. No digo aquí ni ahora. Sino en el instante mismo en que de verdad aceptemos que nuestros sueños imposibles son, realmente, posibles.
El primer lazo, como todos los primeros lazos, fue bastante simple. Una cinta roja con un poquito de brillo. No era gran cosa, pero no hacía falta gran cosa. Poco a poco fui cambiando aquel primer lazo por otros más brillantes y ostentosos, más importantes. Tampoco fue nada que hiciera intencionadamente. Simplemente, muchas veces el tiempo habla más alto que nosotros.
Así, fui envolviéndola en un halo misterioso, incluso místico, hasta que casi fue demasiado tarde. Hasta que ahora ya es demasiado tarde. Hoy, ya todas mis acciones van directas a buscar la imposibilidad del momento, del lugar y las personas. Lo siento. Ahora bien, os aconsejo nunca mirar del revés la palabra "imposible" (con todos sus lazos y halos brillantes). Es demasiado bella. Demasiado misteriosa. Demasiado "imposible". Quedaríais absortos.
Pero os contaré un secreto. No sé si es mentira, pero poco me importa. ¿A quién le importa la verdad? Sólo a las personas serias y cuadradas, a las personas grandes. Os contaré un secreto: no creo en la palabra "imposible". Es más, os contaré otro: sé que la palabra imposible no existe. Es, precisamente, la única palabra que no existe. La única palabra imposible. Y os diré por qué.
Hace tiempo, los números, utilizados por las personas equivocadas, buscaron cuadratizarlo todo. Y lo consiguieron, en cierta medida, en nuestras mentes. Rompieron los puentes entre una realidad y otra. Buscaron separar y organizar todas las cosas con sus esquemas de cemento. Pero nadie es perfecto, ni siquiera los números.Así pues, hubo cosas que perdieron en ese afán destructivo por ordenarlo todo, cosas que tiraron al barranco al cortar los puentes. Pero lo peor es que, sin ningún remordimiento, callaron (así son los números en manos de las personas equivocadas: fríos y calculadores). Hicieron una asamblea de números y acordaron que nadie podía conocer su fallo, les perderían el respeto divino que les habían tomado. Por lo tanto, crearon la palabra "imposible" para referirse a todas las cosas que sus mentes cuadradas perdieron. Y nos convencieron de que esas cosas no existían, eran imposibles.
Pero dejad por un momento los números a un lado. Olvidadlos. Cerrad los ojos, poned la mente en blanco. Sé que es difícil, la sociedad científica nos corrompe desde que nacemos con su educación rígida y sus esquemas de cemento. Pero intentadlo. Por favor, cerrad los ojos...
Bien. Ahora que ya los tenéis cerrados, os pregunto una cosa: ¿Creéis que nuestra mente puede idear o acaso imaginar cosas inexistentes, cosas "imposibles"? ¿No es una estupidez demasiado paradójica? Nuestra mente, que existe, no puede generar cosas que no existan. Igual que los tomates no generan lechugas sino tomates. Así es la naturaleza y hemos de respetarla y aceptarla. Es más sabia que nosotros.
Así pues, hemos de aceptar que todas las fantasías de nuestra imaginación pueden existir. Que todas nuestras esperanzas vanas pueden hacerse realidad. No digo aquí ni ahora. Sino en el instante mismo en que de verdad aceptemos que nuestros sueños imposibles son, realmente, posibles.
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