Los días pasan. Los exámenes vuelan
y las sonrisas y los abrazos escasean.
El tiempo que deshoja todas las margaritas
va cediendo sus pétalos entre nuestros dedos.
Un amanecer da paso a otro nuevo,
el sol muere para levantarse otra vez
como las flores marchitan para que crezcan otras
de colores aún más vivos.
Las soledades, los juegos se repiten.
También las sonrisas y los abrazos.
Pero jamás los sueños.
Mi corazón ha escrito una canción de cien versos
por cada esperanza vana;
mil, por las que yo dejé marchar.
Pero es innegable reconocer que la vida
tiene un tinte deliciosamente obstinado,
¡es auténticamente maravillosa!
Por mucho que nos pisoteen, que nos humillen,
por muchas lágrimas que derramemos
y aún muchas más para las que no queden
sal o agua,
por muchas palabras que nos arranquen a mordiscos
las curvaturas de los labios (propias o ajenas),
por muchas desilusiones que traguemos,
seguimos levantándonos cada día,
subiendo la persiana y enfrentando al sol
de tú a tú
como una hormiga encara a un elefante,
y seguimos dejando que, de cuando en cuando
y más a menudo de lo que nos gustaría,
alguna esperanza se filtre entre nuestros dedos,
ascienda por nuestras venas malhumoradas
e invada nuestro cerebro o nuestro corazón.
Una esperanza vana, como tantas otras...
y las sonrisas y los abrazos escasean.
El tiempo que deshoja todas las margaritas
va cediendo sus pétalos entre nuestros dedos.
Un amanecer da paso a otro nuevo,
el sol muere para levantarse otra vez
como las flores marchitan para que crezcan otras
de colores aún más vivos.
Las soledades, los juegos se repiten.
También las sonrisas y los abrazos.
Pero jamás los sueños.
Mi corazón ha escrito una canción de cien versos
por cada esperanza vana;
mil, por las que yo dejé marchar.
Pero es innegable reconocer que la vida
tiene un tinte deliciosamente obstinado,
¡es auténticamente maravillosa!
Por mucho que nos pisoteen, que nos humillen,
por muchas lágrimas que derramemos
y aún muchas más para las que no queden
sal o agua,
por muchas palabras que nos arranquen a mordiscos
las curvaturas de los labios (propias o ajenas),
por muchas desilusiones que traguemos,
seguimos levantándonos cada día,
subiendo la persiana y enfrentando al sol
de tú a tú
como una hormiga encara a un elefante,
y seguimos dejando que, de cuando en cuando
y más a menudo de lo que nos gustaría,
alguna esperanza se filtre entre nuestros dedos,
ascienda por nuestras venas malhumoradas
e invada nuestro cerebro o nuestro corazón.
Una esperanza vana, como tantas otras...
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