martes, 1 de noviembre de 2011

¡Vida!

Nos corroe el miedo.
Nos aterroriza el llanto de tantas generaciones de muertos
para nada,
para encontrar un poquito menos de olvido
que en vida.

Avanzamos para caer hacia atrás, somos maestros
de transformar la risa en piedra
y elevarla a un monumento de cemento cuadrado
donde no se pudra y descomponga con el tiempo.

Atesoramos verdades como flechas
de un arquero ciego que dispara hacia sí mismo
y yacemos contentos, heridos, contentos, muertos.
Deificamos los números y escupimos a los colores
que aprenden los niños
(y no hay peor tristeza que la de un globo
escapando hacia el cielo inmenso).

No es necesario escuchar todos los telediarios,
cada día,
para oír la misma mierda de hombres amargados,
de hombres sin vida que creen escupir verdades
y nos alumbran con su aliento seco
y su voz negra de guadaña.
Hombres que se regodean en la miseria del resto
y se suicidan cuando también los abraza a ellos.

¿Sabéis que os digo?
Llevaos vuestras palabras y cagad a gusto.
La vida no significa sufrir, doler, ser
mártir o mendigo de una existencia,
de una simple esencia en cuadratura.
La vida os grita, está ante vosotros
aunque os neguéis a escucharla.
Os susurra al oído con cada misterio
inexplicable para la razón y la ciencia,
con cada acto de locura, de irrefrenable e irreversible
locura.
Os canta con la voz de mil y un niños de azúcar
con sus juguetes cálidos
y su voz cálida y sus labios
manchados de tierra y una sonrisa.
No. Hay vida en los rincones ocultos de la soledad,
donde los gatos grises van a cagar su mierda
de cada día,
su misma asquerosa y putrefacta sarta de mentiras,
de verdades sin sombra y sin misterio.
No. No quiero conquistar un árbol.
Tampoco sentirme pequeño o acariciar el mundo.
Sólo pido un poco de luz, un poco de tinta
de velas derretidas al anochecer en el balcón
donde cantan los barcos.

No. No hay vida y no estoy dispuesto
a renunciar a ella. Mientras vaguen los espíritus
sin noche en la gloria de la locura
y los tristes renacuajos del estanque bailen su danza de lluvia.
Quiero morder la almohada y que llore
sus lágrimas y no las mías.
Quiero ata i cuerpo a una botella de
plástico y dejarme vagar por todos y cada uno de los parques olvidados.
La aurora de nubes tiñe un cielo ensangrentado
y no es más cierto que grite una niña
que dos pájaros vuelen sin encontrar sus alas.