lunes, 27 de diciembre de 2010

domingo, 19 de diciembre de 2010

Azul y amarillo

Azul, amarillo, azul, amarillo.

Mire a donde mire
sólo encuentro recuerdos de ti
cristalizados en lágrimas de piedra.
Mire a donde mire,
más allá de la oscura noche,
siempre están tus ojos claros,
más allá de la oscura noche,
siempre está tu cabello claro.
Mire a donde mire.
Pero no es real, sólo son
reflejos del vidrio seco, añorante,
de mi ventana.
Pero no es real.
La realidad se perdió hace mucho tiempo
en aquellas tardes mojadas que hoy busco,
en aquellos parques, aquellas calles azules.

No quedan amapolas.

No quedan esperanzas.
Pero quedan amapolas
pero están todas rotas, desechas,
podridas, descompuestas, marchitas,
reducidas a cenizas
por una llama demasiado ardiente.
No quedan amapolas.
Pero las que quedan
vuelan lejos, lejos, lejos,
de mis manos,
sobre otras cabezas que nunca serán
las nuestras,
sobre otros rostros.
Pero tus ojos irán, inevitablemente,
a mirar a otros ojos
como nunca (o siempre) miraron a los míos.
Tu sonrisa buscará otras sonrisas.
Tus manos, otras manos con las que entrelazarse
(allá en la hierba, tendidos sobre el parque,
en las calles mojadas y azules).

Mientras tanto,
mis versos y yo nos perderemos en el viento.
Nos perderemos en el viento
como migajas de pan seco desgajadas de los árboles.
Nos perderemos en el viento
y ya nunca volveremos a encontrar ningún camino.
Vagaremos sin rumbo, abandonados a la nada,
en la miseria de un alma que lo  ha perdido todo
más allá del mar (donde no hay peces).
Y estaremos
solos, solos, solos,
solamente acompañados
por las amapolas que un día matamos.
Solos.
Y nunca nadie nos devolverá
todos los momentos pasados.
Y nunca nadie nos devolverá
todas las canciones que susurramos juntos
(siquiera aquellas fotografías de los últimos recuerdos).
Y ya sólo me quedará arrepentirme
por siempre, siempre y siempre,
de nunca haber enseñado a mis besos
a escribir "te quiero" en tus labios.

Amapolas II

No es más feliz quien atrapa
las amapolas del aire,
sino quien las deja flotar
sobre su cabeza.

Pero vosotros os obcecáis
en atraparlas,
en estrujarlas,
en arrancarles pétalo a pétalo,
hoja a hoja,
su brillo, su color.
Y, una vez os habéis quedado
sin pétalos,
os dais cuenta de que estáis solos,
abandonados, vacíos, tristes,
melancólicos, solos, sin nadie.
Sin amapolas, sin alegrías,
sin tristezas si quiera
ni rosas.
Y lloráis, lloráis amargamente
hasta que otra amapola vuela
sobre vuestras cabezas.

Pero no lo comprendéis.
Y volvéis a atraparla
entre vuestras sucias manos,
volvéis a estrujarla
entre vuestros necios dedos,
volvéis a romper una a una
todas las flores,
todos los pétalos,
todas las hojas.
Y volvéis a quedaros
solos, vacíos, sin nadie
y volvéis a llorar amargamente.

¡Llorad, llorad, llorad!
No habrá suficientes lágrimas
nunca, nunca, nunca,
para llorar
la muerte de una amapola
volando sobre nuestras cabezas.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Hola


Hola.
Siéntate y escucha.
Hoy vengo a hablarte sin tapujos.
No puedo más.
Por eso, hoy vengo a hablarte.
Sin reglas, sin normas, sin restricciones.
Sin vergüenza ni miedo de las consecuencias.
Porque no puedo aguantarlo.
Solos, desnudos, sin cuerpo,
sólo mi alma frente a la tuya
y sólo las estrellas como mudos testigos.

Hola.
Acércate y escucha.
Soy yo quien siempre quiso el alba.
Quien siempre buscó, detrás del mar, las amapolas.
Pero no hemos venido a hablar de mí.
Acércate y escucha.
Mis labios te contarán cómo seguían
a tus labios rosas deslizándose sobre el aire.
Mis manos te rozarán como acariciaban, en la ventana,
el reflejo de tu rostro.
Mis ojos te explicarán cómo daban saltos de alegría
cada vez que creían ver tu voz dulcificada
entre los espejos rotos del cuarto.
Mi corazón te buscará
como perseguía tus ojos azules, tu cabello amarillo.

Hola.
Bésame y escucha.
No quedan más silencios por los que callar,
sin tapujos, nuestro lenguaje de labios danzantes.
Bésame y escucha.
Y vuelve a besarme hasta que me arranques
el alma misma.
No quiero vida sin besos.
No quiero besos si no son los tuyos.
No, pero los tuyos están
lejos, lejos, lejos.
Pero se acercan en la madrugada de mis sueños.
Vuelve a besarme,
vuelve a arrancarme el alma.
Vuelve. Vuelve.
Volaremos juntos hasta los arcoiris,
volaremos juntos hasta las venas abiertas del cielo
y moriremos juntos,
sin alma, desnudos, sin cuerpo.
No quiero vida sin besos.
Moriremos juntos, abrazados,
nuestros dedos índices unidos
con nuestros labios.
Moriremos juntos o viviremos volando.
No quiero vida sin ti, sin tus besos
que mueren con mis besos.
Por favor.
Bésame y escucha.

Hola.
Te quiero.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Trabajo para clase - La libertad frente a la tranquilidad de lo políticamente correcto



TODOS LOS LÍMITES SON... FICTICIOS


"Sólo el misterio nos hace vivir.
Sólo el misterio."
F. G. Lorca




No creo en lo "políticamente correcto". No creo en las costumbres ni en las tradiciones ni en las convenciones sociales ni en la moral anticuada e impuesta, en la educación impuesta, en una visión del mundo impuesta. No creo en normas que lo rijan todo, que lo dominen todo y que lo pudran todo con sus bolsas de cartón y plástico. No. Las bolsas de plástico y cartón sólo sirven para tirar la basura. Pero nosotros, estúpidos, ignorantes e inútiles, nos dejamos envolver por ellas. Son cómodas y calientes. Y acaban por ahogarnos con el veneno que nuestras propias manos nos han inyectado en las venas. ¿No es, acaso, magnífico?


No, yo me rebelo contra la basura de lo absoluto, de lo inamovible, de lo inmutable, de lo verdadero. Como decía Mircea Eliade, "Todo lo que no es ridículo, está muerto". Por eso, yo me aferro a lo ridículo, a lo especial, a la mentira infalible, y viviré y seré inmortal con una sonrisa en los labios mientras observo cómo os pudrís entre contenedores de plástico y cartón, borrachos de verdades. Y cuando esto ocurra, no podréis decir que no os avisé, que no luché porque comprendierais la libertad del individuo en soledad que imagina, convirtiendo su imaginación en la única regla sin regla del mundo. No podréis decir que no proclamé en voz alta y ante todos, para siempre, siempre y siempre:
"Todos los límites son... ficticios."


Y salí volando.

Trabajo para clase - Diálogos con el pasado

C/ de los Poetas
Nº 12, 2ºB
5016978342-VXYFG
El-Más-Allá

Estimado Sr. Bécquer,

Hoy no te escribo para contarte cotilleos, lo siento. Hoy te escribo con motivo de un trabajo para el instituto, en concreto para Lengua y Literatura. He de contarte todas las cosas que, por no vivir en esta época, te has perdido.

Para empezar, no has conocido las dos Guerras Mundiales, donde millones y millones de personas murieron, sin duda, por una buena causa. No has conocido a Hitler y su innovadora moral nazi, los campos de exterminio, las masacres del pueblo por el pueblo en los sistemas comunistas, las dos bombas nucleares que arrasaron dos ciudades japonesas por el bien del mundo. Pequeñas parecen a su lado otras guerras con miles de muertos más para que los señoritos de Occidente puedan descansar tranquilos sobre sus lechos de oro, las manos de sus esclavos manchadas de sangre y petróleo.

No has conocido el continuo desarrollo sin cambios perceptibles de los igualitarios sistemas capitalistas. Tampoco el mundo gris entre cuya miseria y basura nos hundimos cada día un poco más. NI los árboles cuadrados, ni el mar de cemento, ni los pajaritos de plástico. No has observado con tus propios ojos la inexorable permanencia de la hipocresía, el egoísmo y la mentira como los más elevados valores humanos.

Por último, tampoco has vivido la pérdida de toda esperanza puesta en la humanidad.

Un saludo,

Mario A. Vallino

Trabajo para clase - Recomendación de tu libro favorito

Mi libro preferido es "El Principito" de Antoine de Saint-Exupéry. Si tuviera miedo de qué pensara de mí quien lea ésto, diría que mis favoritos son "Poeta en Nueva York" de Lorca, "Cien años de soledad" de García Márquez, "Hiperión" de Hölderlin o, incluso, "Siddharta" de Herman Hesse. Todos los nombrados son libros de grandísimos autores que me gustaron mucho. Y estoy seguro de que si los nombrara como mis preferidos, la persona que leyera ésto quedaría impresionada, pensando que soy muy culto y razonable. Sin embargo, no tengo miedo de decir que, por encima de todos ellos, tengo guardado en un tempo de oro "El Principito".

Quien lea ésto pensará ahora "Bah, es sólo un cuento para niños" y me tachará de su lista de personas maduras. Pero no anda muy lejos de la verdad: es ciertamente un cuento para niños . Con ésto me refiero a que es un libro escrito y dedicado a los niños y que únicamente aquel que tenga una verdadera alma de niño en su interior sabrá entenderlo. Para el resto, a los que calificaremos como "personas grandes" (significando personas lógicas y razonables), será tan sólo un libro tonto e infantil (rasgo que juzgarán negativo), aburrido, trivial y, por tanto, inútil. Entonces dirán que ellos son hombres serios y no leen tonterías sin importancia y volverán con sus sumas y restas. Pero, como decía el Principito, "no son hombres, ¡son champiñones!".

Tras esta explicación, pasaré a decir que recomiendo a todo aquel que aún sea o se sienta niño, a todo aquel que aspire a serlo o, acaso, aún guarde un suspiro de imaginación en su cuadrado cerebro, que no pierda el privilegio de leer este maravilloso cuento para niños.

PD: Pensaréis, que una recomendación sin argumentos, sin explicar ni resumir la historia, es mala. Pero los niños no somos como las personas grandes, que nunca comprenden nada por sí mismas. Los niños no necesitamos explicaciones.

Poemas infructuosos


"Todas las cartas de amor son
ridículas.
[...]
Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que no escribieron nunca cartas de amor
sí que son
ridículas."
F. Pessoa





I. Te llevaré a volar conmigo


Te llevaré a volar conmigo.
Más allá de los campos de amapola,
del mar y las nubes,
hasta donde se pierden las estrellas.
Dejaremos las ropas entre las flores,
dejaremos los zapatos en la luna
y olvidaremos nuestros cuerpos ardiendo en el sol.
(Incluso tus cabellos de oro y tus ojos
de azul los perderemos
entre las altas montañas del cielo).

Y así te llevaré a volar conmigo,
solos, desnudos, sin cuerpo,
sin los límites del espacio
que nos separa ni del tiempo,
te llevaré a volar conmigo.
Alma frente a alma,
beso frente a beso,
hasta que la madrugada queme nuestras memorias
con un vals de amor eterno.

Mientras tanto, estaremos ya nosotros
lejos, lejos, lejos,
entre las amapolas, el azul y las estrellas,
sin cuerpo, sin beso, sin alma,
solos frente a la luz del sol,
susurrándonos "te quiero"
con nuestros dedos índices unidos.
II.


Si tuviera que decirte "te quiero",
lo haría. Sin duda.
Si tuviera que estrecharte una vez más entre mis brazos,
entre mis manos y entre mis labios,
aspirando el perfume de tu cabello rubio
de aquellas tardes mojadas de Oxford.
Lo haría sin duda.


Si tuviera que llevarte en brazos
hasta rozar la Luna misma,
el Sol y el resto de estrellas
y que nuestros ardieran,
felices de morir juntos,
lo haría sin duda.


¿Por qué no lo hice, entonces,
en aquella ciudad de los sueños rotos?
Ramas viejas, amapolas marchitas
y pájaros muertos.
III. Hola


Hola.
Siéntate y escucha.
Hoy vengo a hablarte sin tapujos.
No puedo más.
Por eso, hoy vengo a hablarte.
Sin reglas, sin normas, sin restricciones.
Sin vergüenza ni miedo de las consecuencias.
Porque no puedo aguantarlo.
Solos, desnudos, sin cuerpo,
sólo mi alma frente a la tuya
y sólo las estrellas como mudos testigos.


Hola.
Acércate y escucha.
Soy yo quien siempre quiso el alba.
Quien siempre buscó, detrás del mar, las amapolas.
Pero no hemos venido a hablar de mí.
Acércate y escucha.
Mis labios te contarán cómo seguían
a tus labios rosas deslizándose sobre el aire.
Mis manos te rozarán como acariciaban, en la ventana,
el reflejo de tu rostro.
Mis ojos te explicarán cómo daban saltos de alegría
cada vez que creían ver tu voz dulcificada
entre los espejos rotos del cuarto.
Mi corazón te susurrará cómo se acercaba,
inexorablemente, a nado entre la vergüenza, al tuyo.


Hola.
Bésame y escucha.
Te llevaré a volar conmigo y te contaré
todo esto al oído, mientras los pájaros
y sus palabras de amor levitan a nuestro lado.
Te llevaré a volar conmigo.
Nos alzaremos juntos, en un vals de amor,
como besándonos,
y, con nuestros dedos índices unidos, rozaremos el sol.


Hola.
Te quiero.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Trabajo para clase - Comentario crítico del Romanticismo



El Romanticismo



El Romanticismo, como movimiento literario, es un gran paso hacia adelante para la literatura, pues rompe con todas las reglas que habían dominado la literatura en los siglos anteriores, especialmente el pasado (s. XVIII), donde ya se pudo ver con claridad que esta sobreabundancia de límites daba lugar a un arte muy poco lúcido, ya que éste ha de ser precisamente todo lo contrario: una libre expresión del artista, que refleje exactamente lo que él quiera y como quiera, ya sea subjetiva u objetivamente, potenciando de esta forma la originalidad. Puesto que, al menos en mi opinión, esta es la faceta más importante de todas las artes.


Sin embargo, el Romanticismo no se trata de un movimiento puramente literario, sino que tiene también importantes consecuencias culturales. Significa libertad. Algunos malinterpretan este concepto como rebeldía. Pero ha de quedarnos claro que no es lo mismo. La libertad puede ser rebelde, pero no toda rebeldía es libre. Me explico. Si alguien se opone por sistema a todo aquello que conoce, buscando siempre el lado contrario de todas las cosas estipuladas (ya sean reglas, costumbres, formas de vida, de arte…), ¿no está siendo influenciado por estas normas, ya que adopta por sistema lo contrario a ellas, sin ser capaz de tener libre elección? ¿Y no es esto precisamente lo opuesto a lo que buscaban? Ésto les lleva a comportarse de forma ilógica, sumiéndose en un estado de automarginación y depresión, sintiéndose “malditos”, rechazados por la sociedad, cuando precisamente son ellos los que la rechazan sin motivos. Al final de este camino, quedan destinos tan trágicos como aquellos de los que se suicidaron en época del Romanticismo. Y pensaremos “¡Qué tontos eran estos románticos!”, sin darnos cuenta que este movimiento ha seguido derivando hasta nuestra propia sociedad del siglo XXI, puesto que siguen dándose numerosos casos de conductas similares, ahora agrupados, en vez de bajo el nombre de románticos, en las denominadas “tribus urbanas”, como, por ejemplo, los “emos”, los góticos…


Pero nosotros no debemos caer en la misma equivocación. La verdadera libertad no se consigue siempre con la rebeldía. Al contrario, a la verdadera libertad se llega de una forma mucho más simple en concepto y mucho más complicada en realización: la expresión constante, tanto en nuestros pensamientos como en nuestros actos, del “yo” que todos tenemos dentro, no importando si esto es parecido, distinto, igual u opuesto a las costumbres, convenciones sociales y reglas preestablecidas.

lunes, 18 de octubre de 2010

El Soñador: Hospital

Después de que me atropellara el coche, me llevaron al hospital (esto me lo han contado, yo estaba inconsciente). La verdad es que me vinieron bien esos días ausente del mundo, fueron de los mejores momentos de mi vida. Me explico. Normalmente, yo acostumbro a tener sueños entrecortados por cortos períodos de realidad (sólo cuando son absolutamente necesarios). Sin embargo, aquellos 5 días en coma fueron estupendos. ¿Os podéis imaginar lo que es un sueño continuo durante 120 horas? Quizá alguno de vosotros (no, no lo creo, sé que no me comprendéis) haya pasado por una experiencia similar. Quizá incluso más días. Entonces diréis: "Vaya tontería, eso no es nada". Pero sí que es mucho para alguien que, a lo máximo, sólo había podido tener unas 12 horas de sueños continuos (la noche que más durmiera).

Cuando desperté, me sentí muy triste. Volvería a la misma rutina de siempre realidad-sueño-realidad-sueño... El resto de las personas, como siempre, no me entendieron. Pensaron que mi tristeza era producto del susto que me había llevado al casi haber muerto. Si supieran lo bien poco que eso me importa... Es más, después de esta nueva experiencia, me empiezo a preguntar si la muerte no será mi fin último pues será un sueño eterno, o, como sostienen algunos, sería una nada eterna. Prefiero no arriesgarme, al menos por el momento. Aún tengo muchas cosas que hacer. Y, dentro de lo que cabe, algo mejor que nada, aunque este algo sean sueños entrecortados.

Así pues, como decía, el resto del mundo no comprendió mi tristeza. Me traían flores e incluso oía a mis padres, mientras tenía los ojos cerrados, comentar la posibilidad de llevarme a un psicólogo. Esta loca idea supongo que se les ocurriría porque aquellos días yo aún no me había vuelto a acostumbrar a los irritantes sueños entrecortados, por lo que buscaba hacerlos más y más largos, lo que me sumía en un estado de ensoñación aún mayor del normal. Estaba poco menos ausente que cuando me encontraba en coma. Sin embargo, a los pocos días me recobré del todo y me resigné a la misma rutina de siempre. Mis familiares y amigos, que no podían comprender (como siempre) una recuperación tan rápida, seguían tristes y preocupados por mí, aún barajando el llevarme al psicólogo. Yo, por no defraudar sus principios, por no retorcer y cambiar sus ideas, me obligué a fingir por un tiempo que seguía triste. Esto, aunque parezca mentira, los reconfortaba más que si hubiera estado feliz. Parece una paradoja, ¿verdad? Si me hubiera demostrado que me había recuperado demasiado rápido, pensarían que me callaba cosas. Estarían todo el rato encima mío intentando sacarme una verdad que no existía e incluso se plantearían más seriamente llevarme al psicólogo. Todo por ser feliz. ¿No es, acaso, estúpido? Es bien rara la gente.

Transcurrido un tiempo donde actué (como siempre) perfectamente, continuando mi simulación de tristeza y melancolía para que no se preocuparán por mí, me pareció que ya había seguido los esquemas de una recuperación normal y, por lo tanto, podía ser feliz. Amanecí con una sonrisa en la boca, después de un bonito sueño. Siempre es bueno amanecer con una sonrisa en la boca. Te alegra todo el día. Los médicos, convencidos de que había seguido patrones de evolución normales y que ya estaba recuperado tanto física como psicológicamente, me dieron el alta. Volví a casa. Cuando cruzaba el paso de peatones que llegaba la puerta de mi casa, sonreí al semáforo (como hacía siempre). Este gesto me hizo sentirme como quien, después de un tiempo, vuelve a encontrarse con un gran amigo. Es una gran sensación, sin duda. Tras unos días en los que todo volvió a la normalidad, habiéndose empeñado insistentemente mi hermana como sólo ella sabe, nuestro padres nos pagaron el viaje para ir a Oxford en 2 meses. Sería un gran viaje, sin duda. Aún sin conocerlo, ya sólo con su nombre. Pues, si hubiera tenido que traducir dicho nombre al español, hubiera sido: Ciudad de los Sueños.

El sentido

Si preguntara
"¿Cuál es el sentido de vuestra vida?"
Muchos responderíais "la felicidad".
Algún atrevido, incluso, contestaría
"la sabiduría" o, quizá, "nada".
Antes yo también pensaba como vosotros.
Hubiera dicho "la felicidad".

Sin embargo, ahora tengo otra respuesta:
el sentido de mi vida es la búsqueda de la poesía.
La poesía entendida como la belleza
de las cosas pequeñas.
La juventud y la inocencia.
La nota de guitarra en el silencio,
la rosa azul y amarilla.
Y, sobre todo, las amapolas.
Amapolas pequeñas y dulces,
irreales,
perfectas e inalcanzables.
Amapolas verdes
y azules y amapolas amarillas
y rojas
y verdes como la hierba,
etéreas como el viento,
y azules, siempre azules.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El mundo hipócrita

Era de noche y las estrellas se iban apagando poco a poco. Delante de mí, tenía el mundo en el que siempre creía haber vivido. Alcé la mano y estiré los dedos para acariciarlo. Éstos se deslizaron sobre una fina lámina de papel blanco. Sorprendentemente, era lo único que sostenía aquellos brillantes soles que mis engañados ojos creían ver como pequeñas farolas que alumbraban las calles y semáforos sonrientes en el asfalto. Soplé levemente y la lámina se derrumbó, resquebrajada. Mis dedos entraron en contacto con el vacío. Y mis ojos vieron por fin todo aquello que, detrás de todo, no habían podido ver nunca: montones de polvo sucio y podrido acumulado y apenas un par de diamantes viejos casi olvidados.

lunes, 4 de octubre de 2010

Las cartas del barquero

Cuando era niño, solía pasear por las mañanas en la playa, junto a la orilla del mar, cogido de la mano de mi padre. Él siempre disfrutaba mucho aquellos tranquilos paseos escuchando en silencio el murmullo de las olas, que parecía la melodía reflejada del cielo recién iluminado, como si fuera lo único que existía en su mundo. Yo, aunque no lograba apreciarlo de la misma forma, le acompañaba siempre pues me gustaba verle tan feliz.

Uno de esos días, escuché de repente una voz que susurraba en mi oído: "¿Recibiste la carta que te envié?". Me giré y me encontré con un viejo decrépito vestido con harapos. Inmediatamente tuve miedo y apresuré el paso para quedarme de nuevo a la altura de mi padre. Al volver la cabeza, el misterioso viejo había desaparecido. Miré a mi padre. Él me sonrió con la tranquilidad que siempre le inundaba en estos paseos. Me di cuenta de que no había visto nada. Le devolví la sonrisa y continué caminando.

A lo largo de ese día, no volví a acordarme del misterioso viejo. Sin embargo, a la mañana siguiente oí otra vez el mismo susurro cansado en el oído: "¿Recibiste mi carta?" Me giré y vi al viejo de nuevo, con los mismos harapos, la misma mirada soñadora y la voz cansada. Huí, como había hecho el día anterior. Mi padre tampoco pareció darse cuenta.

A la mañana siguiente, cuando el viejo volvió a hacerme la misma pregunta, ya había perdido algo de miedo y me decidí a contestarle:

-¿Qué carta?

-La que te escribí ayer en el mar.

Huí de nuevo, el viejo ahora aún más misterioso me daba mucho miedo.

Volvió a repetirse la situación durante otros dos días más.

-¿Qué carta? -preguntaba yo.

-La que te escribí ayer en el mar -respondía siempre él.

Y yo corría hasta mi padre.

Al día siguiente, se repitió la misma escena:

-¿Qué carta? -pregunté yo.

-La que te escribí ayer en el mar -me respondió de nuevo él.

Pero esta vez no corrí. Me quedé quieto, indeciso, sin saber si hacer caso una vez más al miedo o querer saber más. Ante mi indecisión, él volvió a hablar.

-Ven mañana, justo antes de la salida del Sol, a la pequeña cabaña que ves un poco más allá, junto al acantilado, al final de la playa. Te lo explicaré entonces.

Y se fue. Seguí caminando con mi padre y volví a casa. Por supuesto, al día siguiente no acudí a la cita, ni tampoco al posterior. Aquel enigmático viejo me daba demasiado miedo. Aquellos dos días, no lo vi en el paseo matinal con mi padre. Al principio, casi pensé que era un alivio perderlo de mi vida.

Sin embargo, existe en la naturaleza de cualquier niño una poderosa curiosidad. Posiblemente, fue ésta la que el día siguiente me llevó a escaparme de casa e ir, justo antes de la salida del sol, a la pequeña cabaña que había al final de la playa. Allí me esperaba el viejo.

-Al fin llegas. Has tardado un poco -me dijo, dedicándome una sonrisa sincera.- Pero lo importante es que has venido.

Estaba allí, con sus harapos, su voz cansada y sus vidriosos ojos soñadores, junto a una anticuada y roída barca de madera. La acercó a la orilla del mar. Yo le seguí, inquieto. Se giró hacia mí, sin perder la sonrisa.

-Ven, sube, no tengas miedo, no iremos muy lejos -me dijo.

No pude moverme, pues volvía a ser presa del pánico y empezaba a arrepentirme de haber acudido. Entonces, él me tendió su arrugada y marchita mano. Hubo algo en ese gesto que me conmovió y me hizo perder el miedo (quizá porque fue el gesto que inició nuestra amistad). Lo agarré fuertemente y me ayudó a subir en la barca. Dimos un largo paseo en silencio, durante el cual no dejé de observarlo. Tenía siempre una mano fuera de la barca y, con el dedo índice extendido, acariciaba dulcemente el mar.

Finalmente, volvimos a la playa, aún en silencio. Ni siquiera lo rompió para despedirse. Me dedicó otra de sus sonrisas sinceras y supe que debía irme.

Al llegar a casa, todos seguían dormidos. Me metí de nuevo en la cama y dormí hasta que mi padre me despertó para llevarme a dar el habitual paseo.

Mientras caminábamos, oí el mismo susurro soñador y cansado que ya había oído otras veces:

-Cierra los ojos. Entonces recibirás la carta que te escribí antes en el mar. Recuerda: lo esencial es invisible para los ojos. Cierra los ojos.

Cerré los ojos y escuché en silencio. El murmullo del mar trajo a mis oídos lejanos susurros que se entrelazaban en una melodía reconfortante y tranquilizadora. Me sentí en paz conmigo mismo. Fui feliz. Después de un rato, una vez la carta hubo terminado, abrí los ojos lentamente. Miré a mi padre. Él también acababa de abrirlos. Le sonreí con una recién descubierta complicidad. Él me devolvió la sonrisa.

No volví a ver nunca más al viejo barquero, pero su recuerdo y sus palabras se quedarían fuertemente grabadas en mi memoria. Y aún hoy, muchos años después, sigo yendo a pasear a la misma playa para escuchar el murmullo de las olas al romper en la arena, que parece la melodía reflejada del cielo recién iluminado, como si fuera lo único que existe en mi mundo. Ahora llevo a mi hijo al mismo lugar donde me llevó mi padre y le vuelvo a dedicar las mismas sonrisas llenas de calma que me dirigía él. El pequeño me las devuelve, contento por verme feliz. Pronto le visitará el barquero.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Recuerdos esmaltados en color pitufo

Hay veces que algo tan simple y efímero como una uña pintada con esmalte azul basta para traer la añoranza de otros lugares y otros días. Y os preguntaréis: ¿Qué tienen de especial esa uña y ese esmalte? Aparentemente, nada (quizá sólo sean locas fantasías de este pobre niño nostálgico). Sin embargo, poseen cierta magia en su pequeño corazoncito. Cierta magia que me permite evocar, casi nítidos, sonrisas, miradas, abrazos y amores pasados.

Pero el esmalte azul pitufo se va borrando poco a poco. Es efímero, como lo son todas las cosas. Y ahora me pregunto: una vez se apague completamente (para lo cual queda poco tiempo), ¿seguiré evocando de la misma forma todas aquellas bellas y ahora tristes memorias aunque no quede recuerdo sustancial de ellas? Quién sabe. Quizá lo mejor sería olvidarlo todo y dejar de atormentarme. Quizá lo mejor sería guardarlo dulcemente en mi memoria, como quien guarda y observa y disfruta de una vieja obra de arte.

Aunque, si nos paramos a pensar, el olvido y el recuerdo no son tan distintos. Ambos son tristes y amargos. Ambos velan por cosas que un día fueron algo y hoy ya no son nada. Ambos duelen y causan lágrimas. Entonces, ¿debería llorar? No me queda otra opción, supongo.  Pero lo siento, no puedo. He olvidado cómo llorar (al igual que tantas otras cosas...). O, mejor, dicho, ya no me quedan lágrimas. Hace tiempo que las últimas se secaron en el duro suelo de aquel taxi gris que me llevaba de vuelta a Santander desde Oxford.

Oxford

I

Oxford.
Vuelvo a ver aquellas fotografías de los últimos recuerdos
que pasé contigo.
Apenas apagadas por el tiempo,
siguen vibrando en mi memoria,
evocando perfumes de nubes y flores
y dulces silencios en los momentos alegres.

Vuelvo a estar con vosotros, mis lejanos amigos,
¿quién no quisiera revivir aquellas tardes de sonrisas
y locura irrefrenable donde la única verdad era
que no existía el tiempo en aquellos parques verdes,
en aquellas calles mojadas y azules?
(Demasiado tarde descubrí que todo era mentira).

O quizá fuesen más especiales las mañanas grises,
lluviosas, donde, como súbita niebla feliz,
una halo de esperanza brillante me cubría
con tan sólo pensar en vosotros y en ella.

Oxford.
Vuelvo a llorar.
Las lágrimas son las mismas que descendieron
otro día por los arrabales tristes de mis mejillas,
aquellas mismas que fueron a formar un charco congelado
al duro suelo de aquel taxi gris que nos llevaba al olvido.

Oxford.
Bien es cierto que en Santander también llueve.
Pero no es la misma lluvia.
Esta lluvia es triste, añorante y amarga,
está podrida por dentro.
Esta lluvia no es la que me hacía sonreír
a los sémaforos.
No, esta lluvia sólo es un velo negro
tras el que se ocultan aquellos viejos recuerdos
que hoy guardan luto,
aquellas tristes mitades de sonrisas rotas,
de corazones rotos,
que ya sólo saben rememorar anhelantes
aquellas viejas y mojadas fotografías de los últimos sueños.
II


Oxford.
Ciudad de sueños perdidos.
Ciudad de recuerdos
que un día fueron dulces
y hoy se volvieron amargos.


Te recuerdo ahora como una vieja tarde de verano.
Una tarde de amistades demasiado locas y lejanas,
de pensamientos demasiado alegres,
de amores imposibles.


Oxford.
En mi memoria aún viven
tus calles mojadas y azules,
tu fresca soledad al alba
y la reconfortante melancolía de tus noches.


Seguiremos caminando como tontos obcecados.
Nunca nos daremos cuenta del verdadero valor de aquellos viejos edificios,
de la belleza con que nuestros pasos resonaban sobre la hierba,
sobre el cielo nublado y gris,
donde siempre recordaré (triste, azul y mojada)
aquella vieja tarde de verano.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La Ruleta Rusa

Andrea Rascetti murió el 4 de octubre en una sala escondida en un polígono industrial abandonado en Polonia, en una tarde gris y lluviosa, reventada su cabeza por una bala en el juego de la ruleta rusa.

Todo empezó otro 4 de octubre diez años atrás, cuando fue raptado por una mafia de órganos en una callejuela nada más pasar el Puente de Rialto, en Venecia, su ciudad natal, a la edad de 16 años. Él, aun habiendo oído el peligro de estas mafias, no había hecho mucho caso a la advertencia, como si estuviera excluido de ella y no corriera el riesgo de ser capturado, a pesar de vivir en una ciudad donde eran frecuentes estos casos. En el fondo, por entonces tenía razón.

Después de capturarlo, lo amordazaron, ataron y encerraron en una sala sucia y fría junto a más jóvenes y niños. Se podía leer el miedo en los ojos de todos ellos. Andrea, que había llegado a la conclusión de que estaba equivocado, también cayó presa del pánico. Cuando fue su turno, suplicó de todas las maneras posibles, de tales formas que habría roto en mil pedazos el corazón de cualquier persona decente. Pero estaba tratando con una mafia y ellos desoyeron sus súplicas. En un último momento, Andrea recordó haber oído en alguno de los discursos que les daban en el colegio sobre estas mafias que los jefes eran muy orgullosos.

-Desafío a vuestro jefe a la ruleta rusa -dijo.

El rostro del jefe, que se hallaba presente, se torció dejando reflejar su ira. Sin embargo, en honor a su orgullo, aceptó, temerario de él, pensando que nada le ocurriría. Se colocaron sentados frente a frente en una dura mesa  de hierro, con una pistola cada uno entre las manos. Empezó Andrea, a quien le temblaba terriblemente el pulso. Apretó el gatillo. No ocurrió nada. No pudo evitar soltar un suspiro de alivio momentáneo. Turno del jefe. Este estaba seguro de sí mismo, por lo que se colocó la pistola en la sien con una sonrisa de suficiencia. Apretó el gatillo. Nada. Sonrisa de suficiencia, quizá algo más difusa. Turno de Andrea. Apenas acertó a ponerse la pistola en la sien con un pulso de seísmo y una mirada que dejaba traslucir el pánico ancestral a la muerte con el que lleva cargando el hombre desde sus orígenes. Apretó. Nada. Suspiro momentáneo. Jefe. Este, ahora menos seguro de sí mismo, no pudo fingir la misma sonrisa que ostentaba antes. Gatillo. Nada. Andrea. Su cuerpo sufría violentas sacudidas que hacían parecer que estaba poseído por un espíritu. Puso la pistola en su sitio sin saber muy bien cómo. Apenas acertó a apretar el gatillo cuando oyó salir la bala e incrustarse más allá de su cráneo. Abrió los ojos hasta que casi se le salieron de las cuencas. Pensó que había muerto, hasta que se dio cuenta de que no tenía ningún dolor y su corazón seguía bombeando sangre. Seguía vivo. Fue en aquel momento cuando comprendió que poseía un don poco frecuente que le hacía invulnerable a los disparos de bala.

Los asistentes al espectáculo quedaron boquiabiertos al ver cómo Andrea sustituyó su expresión de terror por una sonrisa de suficiencia y retiró la pistola de donde acababa de ser disparada. Todos habían oído perfectamente la bala incrustándose en su cráneo, visión apoyada por el chorro de sangre que descendía desde la sien de Andrea.

-Es tu turno -dijo éste, sin dejar de sonreír.

El jefe, dispuesto a acabar con el mal sueño que estaba viviendo, apoyó la pistola en su cabeza. Apretó el gatillo. Lo consiguió. Acabó con ese mal sueño que estaba viviendo, ese que muchos llaman "vida".

El resto de la banda, aún sin creer lo que acababan de presenciar y temerosos por los "poderes" del extraño adolescente, lo nombraron su jefe.

Poco a poco, fue desafiando a la ruleta rusa a los respectivos jefes de las mafias de Venecia, consiguiendo en un año hacerse con el control de todas del mismo modo que había hecho con la primera. Una vez estuvo sobornada la policía, se ensañó cruelmente con los niños y jóvenes de la ciudad, alcanzando enseguida una inmensa fortuna con sus órganos y un nombre privilegiado en la lista negra del Gobierno de Venecia. Pronto consiguió controlarlo, utilizando una mezcla explosiva de amenaza y soborno, de tal forma que este no penalizaba sus actos. Se alzaron multitud de manifestaciones que fueron aplacadas con violencia y sangre. Cada vez más familias gastaban ingentes cantidades de dinero contratando empresas privadas de seguridad para salvaguardar a sus queridos hijos. Sin embargo, sólo facilitaban su captura, pues estas empresas estaban también en manos de Andrea. Las noticias llegaron a oídos de toda Italia, pero cuando aún apenas habían empezado a pensar cómo solucionarían el complicado problema, la Mafia consiguió controlar también el Gobierno italiano. Tan sólo habían pasado cinco años desde que retó al primer jefe mafioso a la ruleta rusa aquel adolescente temeroso que ahora dirigía la Mafia que controlaba Italia entera.

El escándalo no tardó en propagarse, como si de un fuego terrorífico con viento a favor se tratase, por todo el mundo. Los presidentes de las primeras potencias del mundo se pusieron a trabajar por primera vez juntos, esforzándose por acabar con el peligroso mafioso, pero cada vez eran más los países que cedían y pasaban a estar bajo su control.

Todo cambiaría una tarde gris y lluviosa de un 4 de octubre. Llegó un extraño a la sala escondida en un polígono industrial abandonado en medio de la nada en Polonia donde Andrea Rascetti trazaba los últimos retoques del plan que, al fin, le hubiera acercado hasta casi tocarla su ansiada conquista del mundo. Aquel misterioso extraño que apareció de entre las sombras, llevaba puesto un abrigo gris y remendado, empapado por la lluvia, unos pantalones viejos y rotos y unos desgastados zapatos de color negro satinado. Dijo llamarse Eric Mycek con una voz suave, fría y ausente, desprovista de toda clase de emoción humana. Las siguientes palabras que salieron de su boca, escondida entre las sombras de la capucha de su largo y remendado abrigo gris, fueron las que condenaron a muerte al mafioso más grande de todos los tiempos y también a su Mafia, pues sin él perderían todo lo que habían conseguido. Estas palabras, congeladas en aquel instante para siempre, desafiaban a una partida a la ruleta rusa a Andrea Rascetti.

El glorioso jefe quedó perplejo, pues sabía perfectamente que se había extendido su leyenda en la ruleta rusa por todo el mundo. Sin saber por qué, tuvo un mal presentimiento, acompañado de un duro escalofrío premonitorio que recorrió su espalda. Sin embargo, su poderoso ego le hizo sobreponerse y aceptó el desafío.

El misterioso extraño que decía llevar por nombre Eric Mycek se quitó la capucha, descubriendo una abundante y desgreñada mata de pelo castaño claro que prácticamente ocultaba su cara entera. Presionó la pistola que tenía entre sus manos contra los cabellos que tapaban su sien y apretó el gatillo sin siquiera inmutarse ni cambiar la expresión sin expresión de su rostro oculto. Nada. Fue el turno de Andrea. Colocó la pistola contra su cabeza con un leve temblor en el pulso que parecía presagiar su muerte. Apretó el gatillo. El arma disparó la bala que quedó incrustada con un ruido metálico junto a otras tantas en su cabeza. Andrea se llevó un buen susto, pero descubrió que seguía vivo y todo era como siempre: conservaba su don. Sonrió con la suficiencia que siempre demostraba. Sin embargo, Eric Mycek no se movió ni un ápice, como si aguardara a algo que sabía que iba a ocurrir. De repente, ocurrió algo inesperado: la cabeza de Andrea Rascetti reventó. Justo antes de morir, comprendió que su don no le protegía de una sobreabundancia de balas incrustadas en su cabeza, y que su volumen acababa de superar el de esta con esa última bala de ese último desafío del misterioso extraño: la última gota que había colmado el vaso y le había hecho derramar su contenido.

Los compañeros de Andrea, aterrorizados por aquel hombre de largo abrigo gris y remendado que acababa de ganar a su legendario líder a la ruleta rusa, propusieron a Eric Mycek convertirse en jefe de la mafia que había estado a punto de controlar la Tierra. El "extraño misterioso" (como, después de olvidado su nombre, sería recordado) rechazó la irrechazable oferta con su habitual voz suave, fría y ausente, que acariciaba hasta cortar como la hoja de un cuchillo. Se levantó lentamente de la mesa y comenzó a caminar con su habitual paso tranquilo hacia la salida de la puerta hasta perderse entre las sombras, justo de donde había venido.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Allá en Oxford

I

No puedo olvidarte.
Pasan los días y sigo guardando en mi memoria
de la misma forma esos mismos ojos azules, ese cabello rubio
y esa misma forma de sonreír y de moverte
que te cubrían de ese misterioso halo brillante
allá en Oxford.
Sigo recordándote, allá en Oxford bajo el árbol gigante
cuyas hojas caían dulcemente sobre tu cuerpo
mientras charlabas con tus compañeras.
Allá en Oxford, en la barandilla donde un día caí al suelo
y después conversamos, aquella que daba paso a las clases
(esas en las que tanto observaba tus labios rosas
deslizándose sobre el aire mientras hablábamos).
Sigo recordando. No puedo olvidar.
¿Cómo? ¿Todos aquellos sueños?
¿Todas las veces que me decidí a hablarte sin conseguirlo,
que me decidí a tocarte sin manos,
que me decidí a besarte y no tuve labios?
Y todas las veces que soñé con despertarme
y sentarme a desayunar, sin vergüenza, a tu lado
(allá junto al árbol gigante, la barandilla y las clases)
y acercarme a ti y susurrarte lo que sentía al oído
(palabras de amor demasiado olvidadas).
Y mirarte a los ojos y perderme en ese azul inmenso
y acariciar tu cabello, entrelazar nuestras manos
y unir nuestros labios en un beso
mientras juntos nos alzábamos hacia el radiante cielo,
elevados por un secreto manto de nubes blancas,
y, con nuestros dedos índices unidos, rozábamos el Sol.
II

Dos flores azules navegaban sobre un océano amarillo.
Las flores sonrieron, acariciando mi alma con dulzura
y deshaciendo el mar una amapola roja entre sus labios.
III

Quiero saltar y bañarme en el cielo azul,
en ese azul profundo
que adoran mis pestañas
ese azul por quien se levantan mis párpados,
que empapa mis sentidos con el agua
pura y mística de los sueños.

Quiero perseguir el horizonte rubio, recién amanecido,
perseguirlo tan sólo con mis alas de papel y tinta,
de versos dulces y amargos. Perseguirlo
y perderme en él, entrelazarme
como si juntos danzáramos en un vals de amor
que ha de condenarnos al silencio.
IV

Si te beso, lo siento.
La culpa la tiene el amor.
V

Las ruedas giraban rápidamente
guiando al autobús en su marcha.
Yo, sentado y abstraído, no podía evitar observar
constantemente esa cabecita que levemente
se asomaba sobre el asiento delantero.
Tan cerca de mis palabras
que pudiera escuchar perfectamente
los suaves susurros que portaban
mis más bellos versos de amor.
Tan cerca de mis manos
que pudiera alargar el brazo
y recorrer cada uno de sus dulces cabellos rubios,
su piel tersa y clara,
su rostro de madrugada.
Tan cerca de mis labios
que pudiera acercarlos suavemente
y acariciar con un beso celeste los suyos.
Tan cerca de nuestro destino
que el autobús pudiera detenerse,
ella marchar sin girarse y encontrar sus ojos
con los míos y yo mantener la mirada fija
en el punto concreto donde antes se encontraba.

sábado, 26 de junio de 2010

Poemas al niño

I

Érase una vez un niño que quiso controlar el mundo entero.

Lo consiguió. Tienen tan poca imaginación los adultos...

II

Una vez oí relatar a un viejo
la historia de un pequeño niño.
Se llamaba como yo
y vivía en un mundo distinto.

Despedida del mundo

Me voy
y se van conmigo las amapolas rojas,
las rosas blancas y negras y los tristes manzanos
que aquel abuelo cultivaba en el huerto.

Me voy
y se van conmigo los valles
los ríos y todos sus afluentes,
las largas cordilleras, volcanes y glaciares.

Me voy
y se va la naturaleza conmigo.
Quedaos con este mundo gris de cemento podrido.
Yo lo repudio.

Las cosas pequeñas

Yo siempre he intentado buscar la belleza, la juventud y la inocencia
de las cosas pequeñas.
Sin embargo, siempre vienen esos amantes (feos, viejos y demasiado sabios)
de las cosas grandes
a quebrar mis sueños
con sus verdades en forma de religiones, filosofías y ciencias.

Poemas de amor abandonado al mar

I

Te tuve (junto al mar), te tuve
tan cerca de mi mano...
(El viento arrastraba la arena
para acariciar nuestros rostros,
donde una sonrisa dulce se iluminaba).

Te tuve conmigo y no te atrapé entre mis dedos,
dejé te fueras como escapa la brisa del mar,
suave y delicada, acariciando, besando suavemente
la mejilla pero nunca los labios.

Y ahora que no estás, extiendo la mano lejos.
Ahora que te fuiste, extiendo el brazo, el cuerpo
y el corazón intentando encontrarte,
pero siempre fallan su cometido,
yerran su búsqueda
y se cierran sobre el aire.
(¿Tan lejos estás del mar?)

Es el aire, vacío, inocuo, insípido, el aire
que va al viento y se pierde en la nada,
en la playa que arrastra la arena
de aquel mar donde te estreché entre mis brazos
(aunque sólo fuera en imposibles sueños).

El aire que avanza contra las olas,
las rompe y se entrelaza con la espuma
para perderse, de nuevo, entre mis dedos,
dejando tan sólo un beso frío en la mejilla.
(Tan cerca de los labios...)

II

Cierro los ojos.
Vuelvo a ver aquella playa del horizonte
donde por primera vez se encontraron nuestros caminos.
Acaricio la dulce cresta de las olas.
La espuma se entrelaza y juega con mis dedos
en un vals de amor y olvido.

Cierro los ojos y por un instante imagino
que son tus cabellos de ébano lo que acaricio,
tú cálida piel bronceada por este mismo sol
que hoy alumbra esta misma playa.

Abandono mi cuerpo, cierro los ojos,
sueño que esta arena dulce y cálida
es tu propio cuerpo. Caigo
y me deposito sobre ella. La estrecho, feliz, entre mis brazos.
Permanezco quieto.

El viento, la suave brisa que acompasa al mar
arrastra la arena hasta cubrir mi cuerpo.
Yo se lo agradezco y te beso, llenando mi boca
de polvo fino y anaranjado, dulce, cálido y amargo.
Me ahogo, poco a poco, contigo en mi boca... no importa,
la marejada se lleva mis sueños.

¡Qué bello el silencio!

¡Qué bella la luz apagada de un vaso!
¡Qué bello el horizonte oscuro,
de noche, sin luna y sin estrellas!
¡Qué bella la flor marchita y fea!
¡Qué bello el parque solitario!
¡Qué bellas las canciones que cantan los muertos!
¡Qué bellos los sueños rotos!
¡Qué bellas las fotografías de recuerdos olvidados!
Qué bellos los instantes, los rincones, ¡sin palabras!