domingo, 19 de diciembre de 2010

Amapolas II

No es más feliz quien atrapa
las amapolas del aire,
sino quien las deja flotar
sobre su cabeza.

Pero vosotros os obcecáis
en atraparlas,
en estrujarlas,
en arrancarles pétalo a pétalo,
hoja a hoja,
su brillo, su color.
Y, una vez os habéis quedado
sin pétalos,
os dais cuenta de que estáis solos,
abandonados, vacíos, tristes,
melancólicos, solos, sin nadie.
Sin amapolas, sin alegrías,
sin tristezas si quiera
ni rosas.
Y lloráis, lloráis amargamente
hasta que otra amapola vuela
sobre vuestras cabezas.

Pero no lo comprendéis.
Y volvéis a atraparla
entre vuestras sucias manos,
volvéis a estrujarla
entre vuestros necios dedos,
volvéis a romper una a una
todas las flores,
todos los pétalos,
todas las hojas.
Y volvéis a quedaros
solos, vacíos, sin nadie
y volvéis a llorar amargamente.

¡Llorad, llorad, llorad!
No habrá suficientes lágrimas
nunca, nunca, nunca,
para llorar
la muerte de una amapola
volando sobre nuestras cabezas.

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