viernes, 27 de marzo de 2015

El ciempiés V - Confesión

  El ciempiés y yo ya éramos buenos amigos, así que un día me confesó por qué lo hacía. Lo de obligarme a escribir.

Todo empieza en su infancia como si esto fuera un cuento. A los ciempiés se les prohíbe soñar desde que nacen, los ciempiés son terriblemente pragmáticos, piensan que soñar es vano. Puesto que la perfección no existe en el mundo dicen soñar es vano porque siempre se aspira a perfecciones inexistentes inalcanzables. Cualquiera que conociera al ciempiés puede dar testimonio de que esta idea estaba profundamente arraigada en él, percutida salvajemente en su mente, con todas sus reverberaciones.

(Durante todo el tiempo que conviví con él no le revelé la verdad. Posiblemente el ciempiés nunca llegara a comprender que el hecho de no soñar en verdad confundía la realidad y los sueños.)

Me enseñó después un artículo científico en el que se describían minuciosamente unos estudios sobre una especie animal de alguna esquina perdida y olvidada del mundo y digo esta especie animal sólo vivía de sueños sus propios sueños, vivir como verbo literal alimentarse, los científicos habían concluido que la energía la obtenían de alguna forma de los sueños. 

Me explicó como no pueden soñar los ciempiés tienen que buscarse oficios que los satisfagan a medias y para los que no se requieran grandes aspiraciones, los ciempiés son pragmáticos. Por eso él se había inspirado en el artículo y había decidido dedicarse a vivir de los sueños de otros, vivir como verbo literal alimentarse, se alimentaba de los sueños de otros. Había hecho falta mucha práctica pero finalmente había llegado a vivir sólo de los sueños de otros, a alimentarse sólo de los sueños de otros decía y yo lo creí porque jamás en todo este tiempo le había visto ingerir o beber bocado o trago alguno.

Así que era eso. Cada letra de tinta que salía de mi prosa la bebía con la sed de un nómada del desierto.
Oh noche negra
Instante desquiciado
Delirio y juventud

Cuántas veces amaremos y reamaremos
En las noches defectuosas

jueves, 12 de marzo de 2015

El balcón de tus ojos

Me he asomado al balcón de tus ojos,
que es el precipicio de un recuerdo.
Ciegos días han pasado
desde que nos tuviéramos en brazos
como si fuéramos niños.

Hoy mi habitación huele a ti,
al recuerdo de ti,
está pintada tu luna en la pared,
un perfume en esta noche sin rostro,
no más que el tuyo.

Ven y árdeme
por dentro.
Sigue quemándome con tus brazos,
arrópame el corazón entre tus pechos.

Voy a besarte
tus labios rojos como puños,
hoy soy un extranjero de tus noches.
Apaga la luz,
la oscuridad gime.

Nanorrelatos

III

Entre lágrimas, Sofía le dijo a su madre que no había forma humana de cumplir sus sueños. Entonces se convirtió en una extraterrestre. Y logró sus sueños, pero nadie más volvió a mirarla a la cara, bicho raro.


IV

Me lié a tiros con el mar. No quería irse, no había forma de quedarnos solos.

Baile de máscaras

Algunos lloran hacia el mar,
otros hacia tus ojos.

Pero no he venido a hablar del mar.
Fueron otros tiempos cuando hablaba de grandes amores
bajo las estrellas de un mar infinito,
en los parques del otoño.

Ahora son máscaras.
He venido a hablar de este baile de máscaras
más baratas al mejor fingidor
el alcohol.

Ahora sólo puedo hablar de calles
y hormigón mojado.
¿Dónde rompen las rocas
y les arrancan el alma
para construir estos edificios vacíos?

Han tapado el mar,
en otro tiempo hablaría del mar.
Hoy son máscaras.

Y he perdido quizá la intención del poema
el nombre de quién.
Pero hazme el favor,
quítate esa máscara,
te quiero completamente desnuda.