lunes, 1 de febrero de 2010

Testamento


(Es invierno. Nieva, sobre un paisaje helado y blanco. Unos cuantos árboles descarnados y sin hojas se elevan a ambas orillas de un río. En el centro de la escena, entre árboles y de espaldas al flujo del agua, hay un hombre de aspecto demacrado. Está sentado en un banco roto y carcomido por el tiempo y habla con la mirada perdida, como si intentara vislumbrar a un amigo inexistente. Más allá de su voz, sólo se oye silencio.)


Hombre.- Amigo, ¡oh amigo de mi alma, el único!
¿Qué he de hacer? ¿A dónde ir?
Estoy perdido, solo,
entre la nieve blanca y el olvido.
Perdido entre el sol muerto de noche,
encerrado tras el muro de invierno
frío, frío, frío.

>> Al fin y al cabo, ¿es que alguien no está solo?
¿Es que alguien no está abandonado, sin ropa y desnudo,
al mundo ausente y cruel que se extiende hacia todos los lados?
Y la felicidad, mi felicidad (tan inútil como la vuestra),
¿quién nos la robó y la guarda?
No os preocupéis, está enterrada, perdida,
y ya nunca nadie la encontrará.

>> Qué estúpidos todos esos inocentes sueños:
sueños de grandeza, de éxito, de amor...
sueños felices (de felicidad absurda).
¿Quién no los tuvo alguna vez?
¿Quién no cae en su seductora lujuria,
en su promesa de un futuro imposiblemente bueno?
Pero simplemente son sueños, mentiras mágicas
con las que nos engañamos cada mañana
para despertar sin rajarnos las venas.
Todos. Todos caemos un día al vacío
(todos, todo por la felicidad, todos los sueños).

>> No obstante, ¿acaso importa?
¿Acaso no fue todo siempre vacío,
todo siempre nada?
Aunque creyésemos ver sin ojos
otras cosas que, en realidad,
eran escaparates de tiendas con juguetes rotos.
Campos de flores grises que ya no cantan colores vivos
sino una lúgubre y triste misa funeraria.

>> Muerte. Después de todo, más nada (como siempre).
Muerte. El misterio de su velo negro aún tapa nuestros ojos
que intentan comprender donde no hay nada.
Que intentan aún desobedecer y cantar y ser felices
para morir de nuevo en una tumba de piedra fría.
¿Cuántas resurrecciones más podremos resistir?
Inexorablemente, alguna vez nuestro cuerpo ha de decir "no".
Igual que hacemos nosotros todos los días.
Entonces, al fin moriremos.
(Y, de noche, todas las tumbas son igual de negras).

>> Pero hasta entonces, sólo queda seguir sufriendo
en este páramo invernal de nieve blanca y río helado,
de bancos y campos grises
donde siquiera una rosa roja de amor o una amapola nacen.
Todo quedó envuelto en una tela vieja y sucia,
en un baúl roído y roto, abandonado
en el más inhóspito rincón de un desván olvidado.
Olvido. Me pregunto por qué no nos entregamos a él, amigo.
Todas las cosas, hasta las más bellas,
acaban por tornarse tristes y amargas un día
quizá más cercano de lo que solemos imaginar.

>>Oh, alma mía. Mi ser entero y aún más
(o, según se vea, nada).
Siquiera soy un falso poeta que pueda
ahogar su pena en versos de tinta oscura.
Siquiera sé escribir. Soy un pobre y maldito
mendigo de mi propio ser, de mi propia existencia.
¿Y qué hago sentado en este banco?
Nada. Absolutamente nada. Soy un cobarde (como siempre).
Igual que todos. Iguales. Todos somos iguales.
Todos nacemos como pequeñas criaturas blandas y feas
y vivimos soñando esperanzas muertas de cartón
que nos mienten despiadadamente.

>> Esperanzas. Sigo teniéndolas. Sigo siendo estúpido.
Pero son tan encantadoras... ¿y cómo no amar?
Aunque sea a los alegres pájaros que siempre cantan en los árboles
o a los grillos entre las hierbas o al gallo al amanecer.
¿Cómo no amar?

>> Un momento. ¡Callad, ya no los escucho! Un momento.
¿Soy yo quien se pregunta por la vida,
por la felicidad, las esperanzas y el olvido,
por la alegría, los sueños y el amor?
¿Acaso importa todo eso?
Al fin y al cabo, todos estamos muertos.


(Un brillo de furia -o locura- impregna sus desorbitados ojos.)


Hombre.- Si miramos al futuro: estamos muertos.
Si miramos al pasado: estamos muertos.
Si miramos al presente: ya hemos dejado de existir.
Muertos.


(Se levanta enérgicamente, pero ahora su mirada ha perdido todo sentimiento. Sus pies van a dar con la nieve -casi se oye el crujido de dolor que emite esta-, dejándose caer como si no tuvieran vida. Comienza a caminar lenta y torpemente, alejándose poco a poco del centro de la escena, en dirección a la parte trasera. Mientras camina, continua hablando en tono bajo y profundo.)


Hombre.- Sígueme, amigo, y escucha.
Si alguna vez alguien preguntara, responde tú
(citando palabras mías, casi incluso versos):

>>"No quiero ser recordado por lo que soy.
Tampoco por lo que fui o podría haber sido.
Eso no forma parte de mí.
Yo sólo soy un ser destinado al olvido.
Otro gato más sentado en el pórtico,
de noche, donde todos somos grises."


(Desaparece finalmente envolviéndose entre las sombras).

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