domingo, 3 de abril de 2011

Las sonrisas del cielo


-Abuelita, ¿por qué a veces no vemos las estrellas aunque sea de noche?

La abuela sonrió y se acomodó en el sillón para comenzar a narrar la historia.

-Es una buena pregunta. Poca gente lo sabe hoy en día, la mayoría lo han olvidado con el paso del tiempo y el desarrollo de la ciencia.

Clavó los ojos en los de su nieto, de forma que poco a poco pareció que se desvanecían del presente.

-En el principio de los tiempos, las estrellas no existían y apenas habitaban en el mundo un par de ser humanos por cada continente. Dos de ellos se llamaban Nimandro y Estrella (los nombres eran distintos por aquélla época). El primero era alto y apuesto, de cara alargada pero rasgos delicados, pelo castaño y ojos verde oliva. Ella era bellísima, delgada y de suaves curvas, con labios finos de ángel, cabello rubio y mirada azul profunda. Como te puedes imaginar, eran completa y absolutamente felices, mucho más de lo que pueda llegarlo a ser hoy cualquiera. Tenían prácticamente un mundo entero para ellos solos y sus caricias, sus mimos y sus besos, para perderse uno en la mirada del otro mientras Nimandro observaba esa sonrisa que tanto amaba en los finos labios de Estrella.Viajaban continuamente hacia todos los lados a un tiempo, sin detenerse nunca (¿acaso alguna vez alguien ha conseguido parar el tiempo?) pero sabiendo apreciar con ternura cada suspiro que la vida les otorgaba. Se hicieron amigos de todos los animales que por entonces poblaban el planeta e incluso conocieron a sus compañeros de especie y compartieron con ellos la amistad y alguna que otra agradable velada. Y lo mejor de todo, ¡el viaje nunca se acababa! Siempre quedaban nuevos lugares por visitar (incluso los viejos, que nunca volvían a ser los mismos, podían considerarse otra vez nuevos pasado el tiempo suficiente). Además, por entonces las enfermedades aún no habían aparecido en la Tierra y todos los seres vivos eran inmortales. Sin embargo, de alguna forma que nunca nadie ha conocido, hubo un día en que llegó al mundo el primer virus. Hay quien dice que fue un castigo de Dios porque dos humanos intentaron tener un hijo con el que expandir su especie por el planeta, pero nadie lo sabe en realidad. Lo cierto es que, a partir de entonces, todo ser vivo sobre la Tierra, apretado por la amenaza del virus, sintió la necesidad de tener descendencia para que su especie perdurara.

-Pero eso forma parte de otra historia, volvamos a la nuestra. Nimandro y Estrella, acosados por esa necesidad, tuvieron un hijo (y esa fue la suerte que permite que hoy existamos tú y yo, pues el resto de seres humanos se extinguieron dejando tan sólo una criatura más en el planeta). Estrella se encontraba débil después del parto, pero pensaron que se debería al cansancio por un hecho tan trascendental como es el de crear vida, y se dedicaron a cuidar a su pequeño y encantador bebé. Hubo de pasar un mes, durante el cual Estrella no mejoró sino que fue empeorando, para que la pareja llegara a la fatal conclusión de que Estrella se había infectado por el virus. Preocupados, buscaron la cura por todo el mundo mientras su pequeño iba creciendo y aprendiendo el lenguaje de los humanos (mucho más puro y natural que el que usamos ahora) y otras cosas de la pequeña cultura a la que ya habían empezado a dar forma. Pero no encontraron la cura.

-Estrella siguió empeorando y empeorando hasta que llegó un día en que supo que iba a morir. A la noche, cuando su hijo ya dormía, llamó a su amado para despedirse de él antes de cerrar los ojos por vez última. "Voy a morir", le dijo con una fuerte determinación en su mirada azul profunda, clavada en los ojos verde olvida de Nimandro, donde ya empezaban a aflorar las primeras lágrimas que vertió el hombre sobre el mundo. "Pero quiero que sigas viviendo igual que lo hacías. Quiero, que eduques a nuestro hijo, que viajes con él como viajamos nosotros, que le enseñes las maravillas del mundo y así aprenda a cuidarlo y quererlo, pues es la posesión más preciosa que jamás puede tener alguien. Quiero también que le encuentres una pareja con la que pueda conocer el amor como lo conocimos nosotros, pues es el sentimiento más hermoso que existe y la única y verdadera fuente de toda la vida del mundo". Hizo una breve pausa en la que dedicó a Nimandro la última y definitiva de sus amadas sonrisas. "Por último, porque sé que ocurrirá aunque sea lo que menos quiera, por si alguna vez me echas en falta o pregunta nuestro hijo sobre sus orígenes, quiero dejarte un regalo. Has de saber que, siempre que quieras, podrás alzar la vista al cielo ahora oscuro y saber que allí me encontrarás sonriéndote, como una luz lejana llena de esperanza". Poco a poco, Estrella cerró los ojos sin perder la sonrisa entre sus labios finos de ángel. Nimandro cerró también los ojos y lloró amargamente un año entero. Durante ese tiempo, aunque no se levantó ni abandonó su sitio de velo por su amada, muchas veces alzó la mirada al cielo sin encontrase con otra cosa que ese frío vacío oscuro. Pensar que la última promesa de su amada había sido mentira ahondó su pena. Sin embargo, también recordó entonces la última voluntad de Estrella: educar a su hijo. Nimandro abrió los ojos y vio al pequeño, un año más mayor, sentado también en el mismo sitio, en duelo silencioso por la pena de sus padres. Se acercó a él y lo estrechó entre sus brazos. Lo alzó y se quedó observándolo. Había heredado la misma mirada profunda y azul de su madre. De repente, se dio cuenta de otra cosa. En el cielo oscuro brillaban cientos de pequeños puntos luminosos llenos de esperanza, uno por cada día que había pasado desde la muerte de Estrella, pues ésta se esforzaba por hacerse ver más y más ante la imposibilidad de su amado. "¿Cómo pude ser tan necio", se dijo Nimandro, "que quise ver las Estrellas con los ojos cerrados?".

2 comentarios:

  1. Guau, me a enganchado muchísimo esta historia. En serio es preciosísima. <3

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  2. Graciaaaaas =). Me alegro mucho de que gustara ^.^ ¡Ahora mirarás a las Estrellas con nuevos ojos! :D

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