viernes, 20 de abril de 2012

Nunca hubo palabras

Fue mi último disparo
de un revólver sin balas,
mi esperanza escupida a la acera
sin amor ni alas.

No sé por qué hubo de hundirme tanto
aquel silencio
si, en realidad, ella nunca dejó de guardar
aquel silencio

Donde las miradas valían más que mil palabras.
Donde los labios secos, inmóviles,
valían más que mil miradas.
Donde el silencio valía
más que mil sonrisas, inmóviles, sin sonrisa,
más que mil besos de vacío agrietado.

Silencio. Siempre fue el mismo silencio
de palabras que no significaban nada.
Palabras muertas y, a veces también,
sonrisas muertas
servidas frías, como entrante
para los abrazos amargos.
Nunca hubo, realmente, palabras.
Fue todo una ilusión de los pitidos
del ordenador
y el rugido monstruoso de un autobús en marcha.
Nunca hubo palabras.

Entonces, no sé por qué disparé aquella última balla
de mi revólver sin balas
contra mi alma de esperanzas cementadas
sin amor ni alas.
No sé por qué me sorprendió
encontrar nada detrás de la nada
como quien abre un baúl antiguo
a sabiendas de que está vacío
y grita al no encontrar recuerdos.

Ahora ya me aburre tener esperanzas.
Me cago en las sonrisas y escupo
en los abrazos amargos.
Muerdo las manos tendidas, hipócritas,
y araño el silencio
hasta que mis uñas lo desgarran
con chirridos de un baúl antiguo
que mis lágrimas abren.
A sabiendas de no poder encontrar recuerdos
porque no hay nada detrás de la nada.

Nunca hubo palabras.

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