domingo, 27 de julio de 2008

Diario de un asesino arrepentido - 27 de julio, 2008

En mi exilio vacacional, me planteé la idea de escribir un pequeño relato, cosa que no había echo hasta ahora, limitándome en la prosa a escribir artículos y cuentos. La idea de un asesino me atrajo con fuerza:


Diario de un asesino arrepentido


27 de julio, 2008


Sofía vivía tranquilamente, en una casa de Madrid, en las afueras. Se levantaba todos los días a las 7 para ir a trabajar. Era peluquera, le encantaba su trabajo, le encantaba peinar a todas las personas que pasaban a diario por su peluquería, cada una con un peinado diferente. Era algo que le había gustado desde pequeña: peinar. Cada día se peinaba de forma distinta, llegando a quedar a veces peinados extraordinarios que parecían de profesional.

Con su familia también era muy feliz. Tenía a un marido con el que se entendía a la perfección y se querían mucho. Él trabajaba en una empresa de coches y ambos ganaban suficiente dinero para poder mantener más o menos la familia. Habían tenido dos hijos, un niño de ahora 10 años y una niña de 8. Ambos eran un encanto y no daban demasiados problemas.

Un día, como cualquier otro, salía a las 2 del mediodía para volver a casa a comer y, cansada del trabajo de ese día, algo más agotador de lo normal, paró en el parque a descansar, en un banco a la sombra para evitar el calor de verano.

Pero no se dió cuenta de que "algo", entre los árboles y a oscuras, se le acercaba sigilosamente. Una extraña figura, aprovechando que no pasaba gente por el parque, se había acercado a Sofía por detrás, le había tapado la boca con un paño que desprendía somnífero. Al instante, su cuerpo cayó en un relajante descanso y la silueta que se la había acercado la retiro del banco con disimulo. Ya que había sido tan fácil el secuestro, habría que poner algo de emoción en el asesinato.

Silenciosamente, fue hasta la piscina más frecuentada de la ciudad y espero cerca, al abrigo de la sombra, manteniendo cuidadosamente sedada a su víctima hasta que se hizo de noche y la piscina fue desalojada. Se coló pasando el pequeño muro que separaba la piscina de la calle, introduciendo el cuerpo consigo, y lo dejó caer en la piscina, sin fuerza para no hacer ruido.
Después, salió de allí con sigilo, fundiéndose con sus hermanas, las sombras. El primero que llegara a la piscina mañana encontraría una agradable compañía.

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