viernes, 5 de septiembre de 2008

Ella

Acudió a mi consulta un día, otro día y al siguiente. Así consecutivamente hasta hoy. La veo irse por la puerta, intento reprimir las lágrimas hasta después de que salga. Me acaba de decir que ya no volverá o no cree que vuelva, pues ya da por finalizada su asistencia a la consulta, se va a otro país. Durante estos días, este mes, la había tenido aquí todas las semanas, pudiendo disfrutar de su agradable presencia día tras día mientras yo, encantado, la ayudaba a sobrellevar sus problemas. Sin embargo, ya está, ya no volverá más, y ahora siento no haberle dicho que me había enamorado de ella, en vez de una simple despedida de "ha sido un placer ayudarte, quizá algún día nos volvamos a ver".
Ya se fue y me quedo sentado en el sillón, con la mirada baja, mirando sin ver al suelo, mientras las primeras lágrimas caen por mis mejillas. Lentamente, me levanto y empiezo a buscar. Buscó algo muy especial, un poema, un gran poema de amor, del gran Pablo Neruda. Sé que me hará llorar más, pero no me importa, sólo quiero volverlo a leer y sentirme identificado con sus versos:

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos."
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como esta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche esta estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque este sea el ultimo dolor que ella me causa,
y estos sean los últimos versos que yo le escribo.



Las lágrimas empezaron a caer a raudales por mis mejillas y yo, sin más, me llevé las manos a la cabeza y me dediqué a llorar en silencio.

Pasado un buen rato, me levanté y salí para casa. El día era frío y lluvioso, parecía que el tiempo quería acompañarme en el sentimiento.

Llegué a casa, me tumbé en la cama y cerré los ojos. Estuve un rato así meditando hasta que sentí ganas de escribir yo también mi propio poema. Sé que en comparación con el de Neruda iba a resultar insignificante, pero qué le iba a hacer, y necesitaba desahogarme. Así pues, cogí papel, bolígrafo y me dispuse a escribir:

Estoy sentado en la cama,
las lágrimas resbalan por mis mejillas
mientras miro por la ventana
caer la lluvia en la calle.
Se me aparece tu imagen
y ahora comprendo que no es cierto
el refrán de "Nunca es demasiado tarde".
Mientras miro la cama,
caen lágrimas en la calle,
estoy sentado en la ventana
y la lluvia resbala por mis mejillas.
Una ráfaga de viento cruza la estancia,
mi cuerpo cae al vacío,
infinito para mi mente;
pero no importa,
dejé de hacer demasiadas cosas...
simplemente, no te dije "te quiero".

Vuelvo a romper a llorar, esta vez con más intensidad aún si puede ser y me tiro a la cama, con la cabeza contra la almohada. Al cabo de un rato, y con la almohada mojada de mis lágrimas, me levanto y, siguiendo mi propia doctrina, me dispongo a aceptar que se va, que posiblemente no la volveré a ver más, que quizá nunca sea mía. Daría lo que fuera por tenerla aquí a mi lado, tenerla por siempre, por un tiempo infinito inacabable, besarla, tocarla, tener sus suaves rizos castaños entre mis manos, tenerla, que ella me amara en un grado tan inmenso como la amo yo. Durante siglos y siglos.

Pero he de ser realista, nunca la tendré a mi lado, ni su cabello en mis manos, ni sus suaves curvas, nunca tendré su boca contra la mía, nunca me dirá un "te quiero", simplemente porque no estará aquí y no será lo que sienta. Y esto, duele, oh, sí que duele.

Miro aquel parque allá a lo lejos. No ha nadie. Miro la calle. Tampoco. El normalmente bullicioso bar, tampoco. Me siento terriblemente solo, como si el mundo acabara aquí, por el simple hecho de no tenerla a mi lado. Sí es así, que el mundo acabe ya, por favor, no quiero soportar este tormento más.

Me quedó un rato así, sin hacer nada, sin pensar nada, dejando vagar mi mente por la nada. Salgo de mi ensoñación y me fijo que sí que hay gente en el parque, sí que hay gente en la calle, sí que hay gente en el bar. Qué estúpido he sido, que me propuse ver con los ojos cerrados. En el parque vi un brote tierno de una semilla que acaba de germinar.


(Nota del autor: para evitar confusiones, por si acaso, aclaro, el primer poema, como ha dicho Mario, el personaje, el psicólogo, es de Pablo Neruda, un gran poema sin duda alguna, quizá sea el mejor poema de amor. El segundo sí que es mío. Para veces posteriores, todo lo que dice el personaje que escribe él, lo escribo yo, y, por supuesto, si dice que algo lo escribe alguien, ese aluien es el que lo ha escrito en la realidad)

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