martes, 19 de julio de 2011

Sólo volver a escuchar tu nombre...

Oxford.
Tu nombre me llega de nuevo
con un susurro de sílabas viejas y usadas
que, como una puerta que guarda un secreto,
chirrían al volar otra vez en el aire.

Esos chirridos (podría decir, magníficos)
vienen acompañados, no sin cierta sorna,
de la humedad que se evapora
de aquellas calles mojadas (y azules).
Vienen acompañados de deseos apremiantes,
de esperanzas elevadas
y promesas guardadas con llave
para que nadie las recuerde.

No importa, no importa.
Todo lo que tuvo que suceder (casi)
sucedió de hecho.
No estaría yo, aquí, olvidando
(con añoranza, es cierto),
si aquellas dulces memorias
no hubiera, en fin, guardado en mi recuerdo.

Y es que si hoy,
aunque sea penosamente ayudado por una máquina,
vuelvo a recorrer tus calles
(siguen mojadas y azules...)
desde la residencia en cuya kitchen conversábamos,
pasando por la cantina donde, entre risas,
aceptábamos una comida que de otro modo fuera horrible
y llegando por fin, tras mucho andar,
a Cornmarket Street, calle sobre las calles
por todas las veces que la paseamos;
no es que la añoranza reconcoma
mi corazón débil.
Es tan sólo un viejo y usado álbum de fotos
que me ayuda a creer (de nuevo) en la existencia
de la más pura y simple forma de alegría:
la amistad.

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