miércoles, 1 de agosto de 2012

A una chica rubia de ojos claros

Está de pie en el autobús.
Su mirada azul, entre mechones rubios,
se pierde en el candor de las farolas que guardan la noche,
en las calles secas y desiertas
que le devuelven su mirada melancólica sin sonrisa.
Su sonrisa sin sonrisa de corazón
que ha perdido muchas cosas
o tal vez de corazón misterioso
que oculta muchas otras.
Su blanca palidez, su fría serenidad,
la inmutabilidad de su semblante
en contraposición al paisaje de formas engañosas
que pasan corriendo al otro lado de la ventana
conforman una imagen peculiar y entrañable.
Como un trozo de hielo que resiste en su forma con estoicismo
ante las arremetidas de la hoguera que lo rodea.
Como un pájaro cautivo que mueve los músculos
de sus alas cortadas, batiendo un viento imaginario
que lo priva de esa libertad soñada
(que se encuentra en el sol y jamás en la luna).

Su mirada, su cuerpo inmutable y triste,
recalcan la belleza de sus momentos y lugares.
Seguiré observando en silencio.

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